Haití; Amnesia e indiferencia colonial.
Por Fabián Villegas
Alguna vez escuche decir a Jean Casimir que en Haití la coyuntura nunca es una coyuntura, decía que todo diagnóstico y análisis de coyuntura por breve que resulte, exige una suerte de epistemología transitiva en la que hay que articular los metarrelatos y recursos del pasado, las calamidades del presente con las metáforas del futuro. Argumentaba en retrospectiva que eso mismo fue la revolución haitiana, un espacio histórico que configuró múltiples temporalidades, luchas transcontinentales, diversos entramados coloniales, dimensiones del itinerario y la experiencia afrodiasporica, múltiples sentidos de una nueva filosofía política y la inauguración de una narrativa emancipatoria. Concluía que para hacer un diagnóstico de la coyuntura en Haití, nunca de esta más tener a la mano información de por qué lado de la isla es que va llover y por donde es que sopla el viento.
Decía la historia oral que en la noche de Bois Caiman los caballos fueron testigos de un hombrecito que controlaba con la boca la lluvia, con las manos el viento y con el cuerpo el fuego.
No es un misterio que existen coyunturas editorializables, que tienen la capacidad de regionalizarse, de universalizarse, de interpelar la moral mediática y la empatía selectiva de la “contemporaneidad” y sus “contemporaneos”. El excepcionalismo jurídico de la modernidad sigue en el siglo XXI construyendo demarcaciones, diferenciando entre “acontecimientos” universalizables, y “acontecimientos” desechables, desprovistos de visado para entrar en los regímenes narrativos de la historia.
Frente a una sacudida regional contra los ajustes estructurales del modelo neoliberal y las recetas del Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, las 8 semanas consecutivas de movilizaciones multitudinarias en Haití siguen sin existir en la geografía de la conciencia política de la latinoamericanidad. La indiferencia sobre la coyuntura haitiana antes que ser un estratagema imperial como piensan algunos con ingenuidad, es simple y llanamente indiferencia colonial. La calamidad haitiana se exhibe editorialmente como una condición inherente al marcador racial, su crisis está esencializada, forma parte de la naturalización del desarrollo desigual que la hegemonía trazo sobre los bordes del Sur Global, los buitres de los “think tanks” les exigen que sus consignas tengan la capacidad de traducirse en “demandas políticas”, sus demandas se perciben como autoreferenciales, no exportables, no universalizables. Sus movilizaciones se perciben como desordenadas carentes de estética e imaginación política, no se inscriben dentro los regímenes coloniales de participación ciudadana, son lamentos y vida desnuda. Para el progresismo la ecuación es simple; los damnificados de la modernidad son damnificados de la modernidad, objetos testimoniales de los procesos revolucionarios en la contemporaneidad, nunca sujetos históricos, ni sujetos de ningún tipo de vanguardia revolucionaria u horizonte político.
Quizá no hemos aprendido a contar! Haití no solo representó la primera independencia de América como algunos latinoamericanistas nos han contado. La independencia / revolución haitiana representó la conquista histórica anti colonial más importante de la modernidad. Marcó el primer precedente de una lucha anti colonial, antirracista transcontinental en el Sur Global. La única independencia de la región que identificó que toda lucha de independencia antes que ser una disputa por la soberanía nacional es una lucha lucha antirracista y anticolonial. El primer proceso revolucionario a escala global protagonizado por población racializada, negra, ex esclava. El primer proceso revolucionario en proclamarse constitucionalmente como nación negra. Quizá eso en el siglo XXI no nos suena escándoloso, pero a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, ese pronunciamiento sentó las bases del pensamiento panafricano y la experiencia afrodiasporica al traslocalizar África como espacio geopolítico en la “negritud” como itinerario diaspórico. Si hay algo que tranversaliza el entramado colonial, las heridas y el legado de desposesión, acumulación por despojo, violencia y opresión en la región es definitivamente la defensa del territorio y el derecho a la tierra.
A la revolución haitiana no se le perdonaron muchas cosas entre ellas el ser responsable de la reforma agraria más radical de la modernidad, capaz de haber agrietado las estructuras fundacionales de estratificación racial en relación a la tierra. Tampoco el haber redactado una constitución que sentaría las bases de una nueva narrativa emancipatoria, y mucho menos el ser un acontecimiento que en su experiencia de lucha construyó las bases pedagógicas de la filosofía política más sólida de la lucha anticolonial en el Sur Global. Decía C.L.R James con sorna que si a Roberspierre le habían cortado la cabeza y hoy ni siquiera hay una sola calle con su nombre en toda Francia entre muchísimas otras cosas por haber sido el único revolucionario que se opuso tajantemente al excepcionalismo jurídico que se establecía sobre las colonias, no podía pensar que Francia le pudiera conceder el perdón al proceso revolucionario de esclavos y ex esclavos, negros y mulatos que los derrotó cargando como filosofía política y estandarte de lucha y resistencia el Vudu. En los anales de la Historia, Haiti no ha recibido nada, ni simulaciones, ni trofeos de charol. La tradición historiográfica se ha encargado de pormenorizar los logros de su revolución, de desmemoriar sus logros, creando una narrativa colonial que desvincula el proceso revolucionario institucional haitiano de las luchas cimarronas, de los movimientos de resistencia esclava, para otorgarle a la revolución francesa el espacio de inspiración y referencia política, estética, discursiva de la revolución haitiana. No es accidental que mucha de esta tradición solapada incluso por el oficialismo político haitiano del siglo XX no tuvo reparo en construir una imagen de la revolución haitiana como una revolución ilustrada a la francesa, o en representar ominosamente un Toussaint Louverture, como un Petit Voltaire negro, más iluminado por la revolución francesa, que por las históricas luchas cimarronas y resistencias anti esclavas gestadas en la isla. A Haití le debemos mucho, la indiferencia regional por la isla es un correlato colonial histórico. Haciendo las cuentas, si la historia ha simulado amnesia y moral selectiva sobre la dignidad y trascendencia histórica de la isla por más 300 años, qué podemos esperar si no es más indiferencia por los 49 muertos y los 900 heridos de sus recientes movilizaciones. Cuando la isla se moviliza en contra de la precarización de los servicios de sanidad, acceso a agua potable, alza en los precios de queroseno y gasolina, corrupción rampante de todas las esferas de la clase política y 40% tasa de desempleo, que podemos esperar de la opinión pública sino es una normalización pavorosa, la naturalización de la narrativa de la calamidad y del desastre.
Dice Edwidge Danticat que la miseria no te toca con gentileza, siempre te deja huellas digitales; a veces las deja para que otros las vean, otras veces para que nadie más que tú sepa.
Así la Historia.