NARRATIVA

She´s Gotta Have it, Spike Lee y un simplon multiculturalismo liberal.

She’s Gotta Have It, Spike Lee y un simplon multiculturalismo liberal.

 

Por Fabián Villegas.

 

Por 20 mil razones que sería una obviedad comentar el primer acercamiento que tuve con  producción visual o cinematográfica en los que se abordaran tópicos sobre racialidad escritos y dirigidos por un autor/a racializado/a que no repitiera los mismos lugares comunes, las mismas narrativas y representaciones de violencia simbólica sobre imaginario racial, fueron las obras de Spike Lee. Hace incluso 10 años para no irnos tan lejos era prácticamente inaccesible ver aunque sea de reojo o por accidente los documentales de Dom Pedro, la filmografía de Assia Djebar, Sara Moldoror, o que se nos llegara a ocurrir siquiera reflexionar sobre autorías colectivas, autorías comunitarias, ausencia de autorías en el mal llamado “cine indígena”.

Toda conceptualización sobre “cine de arte” y “cine independiente” estaba estrechamente ligada a toda forma de eurocentrismo como imperativo estético y narrativo desde la simpleza de Woody Allen hasta el pesimismo utópico de Francois Ozon. Incluso se pensaba, (hay quien aún lo piensa) que la relación contractual que establecía toda producción estética con su producto y su público era eliminar cualquier marcador racial como elemento sustancial en el producto o en la reflexión, eso como en las matemáticas y en las ciencias exactas había que dejarlo fuera de la conversación para no contaminar el resultado, y si se quería incluir su lugar de existencia serian por siempre los micro regionalismos de la cartografía cultural  de “cine latinoamericano”, “cine africano”. O simple y llanamente la reflexión se ajustaría a la descripción de una película que por el marcador racial de sus personajes, narrativa y trama estaría imposibilitada para universalizarse como experiencia estética.

Las primeras películas de Spike Lee las vi demasiado tarde, alrededor del 2001. Para ese 2001 muchas de las narrativas, temas y abordajes no solo eran nuevos, sino materiales y recursos de importación en materia de cultura popular. Nunca antes había escuchado la palabra gentrificación hasta que en “Do the right thing” un muchacho blanco liberal, gentrificador de pura cepa, le pisa accidentalmente con su “eco bicicleta”  los Jordan 4 a “Buugin Out”, en una discusión que se agota en quien es nativo de Brooklyn, quien es el dueño del edificio, y quien está recolonizando Brooklyn,  e indirectamente a través de que modelos de intervención cultural se ejecuta la recolonización, el despojo, el desahucio, en este caso el modelo gentrificador del que son víctimas las comunidades racializadas y empobrecidas en las lógicas modernas de planificación urbana. Quizá en mi misma ciudad tenía más de 10 ejemplos para entender la “gentrificación” del callejón de Regina a Santa Fe, pero no tenía a la mano los recursos conceptuales para nombrarla, pero bueno esa es otra historia.

Lo mismo podría decir de “Jungle Fever” y la problematización cómico dramática de las relaciones interraciales en los E.U, las relaciones interraciales en el terreno afectivo y sexual como incubadoras de todo tipo de patologías coloniales, representaciones culturales, fantasías e idilios racistas, relaciones contractuales de poder, místicas de asimilacionismo, desarrollo, diplomas de legitimidad cultural, certificados de un nuevo pacto civilizatorio, medallas aspiracionales.

Jungle Fever en 2 horas respondió con una bofetada mañosa a la tesis histórica de Gilberto Freire, a ese decreto cultural de la “Casa grande y Senzala” sobre el que descansa el mito nacional de la consabida “democracia racial” en el Brasil del siglo XX.

O “Santa Ana Miracle”, donde uno de los primeros batallones de soldados afroamericanos del ejército de los E.U durante la segunda guerra mundial, es enviado por sus propios superiores a Toscana a una misión de exterminio. En una escena traumática en la que 4 soldados afroamericanos van pecho tierra, desahuciados, con un pedazo de bandera de los Estados Unidos, esquivando un campo minado, mientras escuchan un altavoz del ejército Nazi que les vocifera a los 4 vientos la trampa de la que han sido objeto por su propio ejército, los enviaron a matar, al mismo tiempo que los enviaron a morir.

La historia del batallón de los “buffalo soldiers” en Toscana es la misma historia de los miles de soldados africanos, indígenas, “latinos”, racializados peleando con unas botas que ni siquiera les quedaban a la medida y un pedazo de bandera defendiendo en misiones casi suicidas, los intereses geopolíticos del ejército colonial o “nacional”.  Una historia de sobra conocida por el ejército de los E.U, en la que a través de relaciones contractuales de necropolítica, morir o quedarse sin piernas en combate es una prueba de la ética nacional del deber sacrificial, razón probatoria para el otorgamiento de una “ciudadanía” o la promesa de una pensión vitalicia.

Lo que quizá no es de sobra tan conocido por el nivel de perversidad es la estratificación racial al interior de las operaciones y estructuras militares de un mismo ejército. ¿Quién está en la línea de combate y quién está en puestos logísticos y estratégicos? ¿Quiénes son desechables, y quienes son una baja sensible? ¿Quién esta porcentualmente arriba en los indicadores de bajas y muertes? ¿Quién esta porcentualmente abajo en los indicadores de desigualdad salarial en el mismo ejército, cumpliendo la misma tarea, o incluso cumpliendo tareas de mayor responsabilidad? Siguiendo la consigna simplista de que “todas las vidas importan”, no todas las vidas importan igual, hay humanidades basurizables, prescindibles y hay vidas sobre las que se construye el imperativo moral de humanidad.

Lo que tampoco es de sobra tan conocido es que la “Segunda Guerra Mundial”, ese acontecimiento eurocéntrico por excelencia, sobre el que se estamentan los regímenes cartográficos de “eurocentrismo como sinónimo de universalidad”, estuvo históricamente protagonizada por soldados racializados. El totalitarismo eurocéntrico sea encargado de construir un imaginario bélico de heroicidad y protagonismo totalmente blanco, totalmente eurocéntrico, aun cuando sobran documentos en los que se acredita la participación de miles y miles de soldados racializados, utilizados estratégicamente para líneas de combate.

El caso de Spike lee, es el caso de muchas otros artistas afroamericanos de la industria mediatica, en el que alcanzados por las narrativas del multiculturalismo liberal y el capitalismo negro pasaron bajo la era Obama por un proceso de comodificacion, complacencia crítica y neutralización política.

La primera decepción de Spike Lee la tuve cuando en Caracas Venezuela lo escuche en un auditorio abarrotado decir irresponsablemente que Michael Jordan y Michael Jackson estaban entre las 5 figuras históricas más importantes de la comunidad negra del mundo entero.

La segunda cuando se prestó para promover la edición limitada del vodka “Absolut Brooklyn”, en una campaña que parecía justamente enaltecer la sistemática cultura de gentrificación de Brooklyn, agenda sobra la que el propio Spike Lee se ha llenado la boca afirmado su posición crítica y militante sobre los procesos de gentrificación no solo en su natal Red Hook, sino en todo NY. Y bueno sacudiéndonos de todo purismo, podríamos obviar el tema como tal del alcohol, pero cabron, de Absolut Vodka? ¿Con esa publicidad? ¿Absolut Brooklyn, es en serio? Esa publicidad en ridiculez solo estuvo comparable a la publicidad que el recién laureado cineasta guatemalteco de la película “Ixcanul” Jayro Bustamente hizo para Johnnie Walker.

Y la tercera y decima por todas las omisiones, acriticidad, y celebración ingenua de la era Obama.

Tuve la oportunidad de ver la nueva seria de Netflix “She’s gotta have it”, adaptación en serie de la película de 1986, que lleva el mismo nombre. Contrario a mucho de lo que leí, me pareció totalmente decepcionante.

Una narrativa complaciente con la estandarización del liberalismo en las disputas de raza y género. Diálogos predecibles, problematizaciones super super superficiales de temas super super relevantes, abordajes que terminan por banalizar muchísimas agendas políticas. Etc.

Para decirlo a cabalidad, cumplió con todo el paquete de ejes temáticos que al multiculturalismo y a la democracia liberal le fascina nombrar, en el lenguaje sofisticado que le gusta cooptar. Una reivindicación sobre asuntos de género totalmente descafeinada, aburguesada, una reivindicación sobre identidad racial totalmente despolitizada, estrictamente celebratoria,  reducida exclusivamente a política de “identidad”, una crítica a los fenómenos de gentrificación, abuso policial y racismo institucional reducida a un emotivo ejercicio testimonial como certificación de mantenerse en contemporaneidad con los trends narrativos del paradigma liberal.

Invitaron a Nola Darling a caminar fuera de Dumbo, para tomarse un café inorgánico con ese cocinero tojolobal, se quedaron esperando el dialogo y la respuesta..

 

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