Parasites; Olor, heridas coloniales y solidaridad de clase.
Por: Fabián Villegas
Toda narración sobre la desigualdad pasa por una narración sobre las formas en las que habitamos el espacio, para eso no necesitamos nombrar la miseria, todo lo contrario, nos basta con narrar desde el arrabal como habitamos el júbilo, la indignación, el placer, la imaginación, el humor o el deseo en el espacio inmediato. De Vicente Leñero en la adaptación de la novela “El callejón de los milagros” del egipcio Naguib Mahfouz, al paquistanie Hanif Kureishi en la novela Intimacy a Parásitos del surcoreano Bong Joon ho hay una narración de la desigualdad y del arrabal a través de las posibilidades que nos otorga habitar ese espacio inmediato. Del flirteo en los lavaderos en el barrio de la Candelaria de los patos, a la curiosidad rural de los trabajadores de la construcción en Manila que se reúnen afuera de una casa de la burguesía filipina para mirar detrás de la ventana y ver lo que ve en el televisor la familia del patrón, a la tertulia familiar en el baño de uno de los departamentos / sótanos en Seul, que por caprichos de la arquitectura e ingeniería le otorgan al baño la mejor área de todo el departamento para captar la señal del Wifi.
Parásitos del cineasta surcoreano Bong Joon ho, no solo es una reflexión crítica al fracaso del milagro surcoreano, y ese paradigma de desarrollo que hace contemporáneas la convivencia de formas de desigualdad tan dramáticas e inverosímiles que parecen caricaturescas. Modelos de urbanización definidos a través de cordones sanitarios para trazar literalmente las fronteras entre la ciudadanía cosmopolita y la pobreza, entre los olores cítricos de la jardinería eco sostenible con la toxicidad de las agresivas fumigaciones que tienen que soportar los hacinados (Banjiha) sotanos de Seul. Tecnificación de aparatos de seguridad y vigilancia privada con detectores de calor, frente a condiciones epidémicas por las inundaciones que causa un pésimo sistema de alcantarillado público.
Parásitos es el diagnóstico de una falsa ilusión, las deudas y saldos de un delirante modelo de modernización construido sobre una base agresiva de estratificación de clase, que le hizo creer al surcoreano con argucias macro económicas que había dejado de ser un país periférico con el ingreso per capita de Senegal, para inaugurarse en la modernidad de finales del siglo XX con un ingreso per capita equiparable al de Japón.
Parásitos es una metáfora de un irreconciliable antagonismo de clase, que se mantiene silente, normalizado, adormecido en las relaciones contractuales de opresión e inferiorización de una clase sobre otra, pero tal como el olor a putrefacción no hay nada que pueda esconderlo, si quiera disimularlo. La narrativa de Parasitos es fundamentalmente distópica, no se trata de una lucha contrahegemónica, siguiendo la economía de deseo del oprimido se basa en arrebatar efímeramente los lujos del opresor no como una conquista histórica eso se piensa aburrido, sino como un sentido inmediato de victoria pírrica. Habitar la casa, revolcarnos en sus camas, beber de sus vinos, bañarse en sus baños, comer de las excentricidades de su refrigerador, libres del imperativo moral de que algo podemos dañar, de que algo podemos ensuciar, de que algo podemos contaminar.
El sótano es un espacio simbólico y el olor de la familia Taek una metáfora narrativa para desnudar la ilusión y exhibir aquella fantasía ideológica de la modernización, del tigre asiático que pasó en 30 años de una economía rural a la 11va economía del mundo, del modelo de desarrollo y bienestar direccionado por las recetas de los ideólogos del neoliberalismo y el Banco Mundial.
El sótano de los Park encubre cadáveres como atavíos históricos del pasado, se sostiene como la sociedad estamentaria surcoreana sobre la naturalización del desarrollo desigual de aquellos otros, sobre el sacrificio y la explotación de aquellos otros. Es conforme al modelo de vivienda surcoreano de posguerra un bunker para protegerse y esconderse en los márgenes de la historia todo lo que se pueda.
El olor de los Taek es una rúbrica inmanente de la pobreza, una condición insuperable en tanto que natural, una mierda en el aire que no la percibes, no te la puedes quitar, no es tuya, pero la cargas desde el cordón umbilical, un síntoma de atraso que va en contra de la modernidad.
Tal como lo decía algún personaje del colombiano Manuel Zapata Olivella que hay olores que responden a 400 años de opresión, a atraso y fetiches del pasado, el olor del Sr Taek no pasaba desapercibido ni en el radar clasista y la moral de clase de un niño de 6 años hijo de su patrón, que podía ignorar todo, y vivir con frivolidad en una casa de cristal, pero no era lo suficientemente inocente para no reproducir aquellas prácticas violentas de opresión colonial que articulan higiene con moral, higiene con ciudadanía, higiene con humanidad.
Sin dar más spoilers, la película termina acreditando metafóricamente una distopia, en la que el olor termina abriendo un espacio de identificación histórica, de memoria compartida para la solidaridad de clase y para limpiarse las heridas coloniales.
Veanla.