Estado-Nación, borramiento y alteridad subalternizada:
Por :
John Henry Arboleda Quiñonez
Las presentes notas se enmarcan en un trabajo de investigación sobre racialidad y cargas representacionales negativas, que pesan sobre los cuerpos de las personas negrxs. En estas notas, se reflexiona de manera general sobre cuál ha sido el lugar asignado para estos cuerpos en los discursos-estructuras político-institucionales en el marco de los Estados-nación modernos en este lado del planeta.
Al reflexionar cual es lugar que ha ocupado la racialidad en el proceso de construcción, consolidación y transformación del Estado - nación, es fácil entender que ese constructo social e histórico da, en sí mismo, una idea-fuerza de superioridad biológica, y de asimetría y jerarquización cultural que, al ser puesta en funcionamiento en cada una de las relaciones sociales, gesta una suerte de alteridades subalternizadas entre grupos e individuos diferenciados étnico-racialmente. Las expresiones cotidianas del dispositivo ideológico-político denominado racismo, funcionan como factor diferenciador y jerarquizador de todas las relaciones y asignación de derechos que se produce en los países, alrededor del mundo. Con respecto a esto el sociólogo peruano Aníbal Quijano (2001), ubica la raza como construcción ideológico-política que, prefigura una realidad marcada por las asimetrías estructurales en la conformación de los Estados-nación modernos. En este sentido, comprendemos que:
La idea de raza es, con toda seguridad, el más eficaz instrumento de dominación social inventado en los últimos 500 años. Producida en el mero comienzo de la formación de América y del capitalismo, en el tránsito del siglo XV al XVI, en las centurias siguientes fue impuesta sobre toda la población del planeta como parte de la dominación colonial de Europa impuesta como criterio básico de clasificación social universal de la población del mundo, según ella fueron distribuidas las principales nuevas identidades sociales y geoculturales del mundo. (…) Y también sobre ella se trazaron las diferencias y distancias específicas en la respectiva configuración específica de poder, con sus cruciales implicaciones en el proceso de democratización de sociedades y estados y formación de estados-nación modernos. (Quijano, 2001, p. 141-142).
La serie de complejidades, matices y niveles que alberga la raza, y que permea a todas las estructuras sociales, han requerido el desarrollo de estudios extensos y profundas investigaciones. Todos estos acercamientos, han permitido que se pongan en evidencia las prácticas de racismo y racialización originadas y mantenidas al interior de las estructuras estatales, espacio que, durante mucho tiempo, gozó de la presunción de objetividad, y que, por tal razón, se ocupó de cimentar y naturalizar las prácticas de exclusión que eran dirigidas hacia los grupos humanos históricamente inferiorizados. Una de las explicaciones que descubre las fuentes y manifestaciones del racismo en la vida practica de las personas, es la siguiente:
Hay cuatro planos o niveles de racismo que pueden identificarse empíricamente. El primer plano es el del infraracismo, "fenómeno a la vez menor y aparentemente desarticulado (...) que se observa en la presencia de doctrinas, la difusión de prejuicios y de opiniones con frecuencia más xenófobos que propiamente racistas". En un segundo plano o nivel, el racismo "continúa siendo todavía fragmentado, aunque se muestra ya claramente más preciso o afirmado". En este nivel, la violencia, la segregación o la discriminación son más evidentes, aunque todavía no existe la dirección hacia donde se perfilará esa gran masa aparentemente disgregada. El tercer plano se establece cuando el racismo se convierte en un principio de acción de fuerza política o parapolítica; entonces, el racismo se hace política, promoviendo debates, alentado manifestaciones, evocando imágenes y símbolos y creando todo un movimiento político que capitaliza las acciones raciales y los prejuicios, para inscribirlos en una cierta tradición ideológica que reclama medidas discriminatorias o un "proyecto de segregación racial". En el cuarto nivel, la ideología racial se convierte en un punto de referencia para la construcción de un Estado que, una vez instaurado como una verdad y el racismo como sistema, convierte al grupo dominante en uno cuya superioridad mantiene a los demás disgregados de tal manera que puede fincar un proceso de dominación a partir de las políticas y los programas de exclusión, destrucción o discriminación masiva. (Wieviorka, 1993 Como se cita en Maldonado, 1995, p 1-2).
Esos ámbitos en los que se expresa el racismo se pueden considerar como constitutivos, a la hora de pensar la emergencia, desarrollo, consolidación y transformación de los Estados-nación modernos. En ese contexto, al observar el funcionamiento los niveles del racismo presentados por Wieviorka, vemos que los dos primeros planos aparentan tener menores impactos, podemos observar que aquellos elementos que los componen, son precisamente los que generan micro impactos que, acumulados, transforman negativamente las realidades de individuos y colectivos. Adicionalmente, el tercer y cuarto nos direcciona hacia los imaginarios sociales que sustentan los prejuicios, y que toman vida, convirtiéndose en proyectos políticos en los que se encarnan y fijan la subordinación, desvalorización y la marginación del otro. Es decir, el racismo traducido en políticas a través planes, proyectos y programas que demarcan la existencia de esa línea superioridad e inferioridad que vivifica la estructura del racismo en el marco del Estado nacional. Esta problemática, fue estudiada con detenimiento por el intelectual martiniqués Franz Fanón, quien lo definió como:
Una jerarquía global de superioridad e inferioridad sobre la línea de lo humano que ha sido políticamente producida y reproducida como estructura de dominación durante siglos por el «sistemaimperialista/occidentalocéntrico/cristianocéntrico/capitalista/patriarcal/moderno/colonial» (Grosfoguel, 2011). Las personas que están arriba de la línea de lo humano son reconocidas socialmente en su humanidad como seres humanos con subjetividad y con acceso a derechos humanos/ciudadanos/civiles/laborales. Las personas por debajo de la línea de lo humano son consideradas sub-humanos o no-humanos, es decir, su humanidad está cuestionada y, por tanto, negada (Fanón, 2010 como se cita en Grosfoguel, 2012, p.93).
Así, en los países latinoamericanos, los horizontes de vida, la sistematicidad de pensamiento y las cosmovisiones de los concebidos como “los otros”, fueron sometidas a un continuado proceso de eliminación, asimilación o inferiorización. Los grupos dominantes se abrogaron la legitimidad para imaginar y consolidar las coordenadas sociales, raciales, religiosas y lingüísticas de lo que sería la nación. Por lo tanto, la definición de los hitos e iconos que aglutinan la carga representacional con la que se movilizaban las ideas de pertenencias, han sido deliberadamente seleccionadas, con la intención de concentrarla en un exclusivo y reducido grupo poblacional. A partir de todos esos elementos, las elites hegemónicas reclaman el derecho a la ciudadanía plena y la nacionalidad para su disfrute exclusivo. En esta medida, himnos, banderas, escudos, sistemas religiosos, guardan relación con las identidades primarias de aquellos que las definieron como elementos constitutivos de la nación. (Anderson,1993, 26-62. Chatterjee, 2002).
La configuración histórica del estado-nación en América Latina obedece la puesta en marcha de algunos de todos los dispositivos que son propios del racismo estructural, con el que se constituyó esa expresión político organizativa. En tal sentido, las lógicas de exclusión, marginación y borramiento de las diferencias étnicas, culturales, identitarias y hasta lingüísticas estuvieron presentes como elementos que dieron vida no solo a los discursos, sino también a las practicas, desde los que se imaginó la nación en esta parte del mundo. (Colmenares, 1989). En esos contextos la nación representó un intento de organización cohesionadora, que se logró a través de la homogenización cultural y la eliminación de todo rastro que condujera a la conexión con lo que no significara acceso a la modernidad.
Por ello, pensar una nación desde la lógica con que se construyeron las sociedades de América Latina, y en particular la colombiana, pasa por reconocer lo que plantea el teórico francés Renán, cuando propone que una nación es una suma de olvidos. (Renán,1887) frente a esta definición clásica de la nación, de donde bebieron y alimentaron las ideas de nación en Latinoamérica, podríamos preguntar; ¿Qué es lo que se debe olvidar para hacer exitosa la construcción de una nación? ¿A quiénes pertenece lo que se hace obligatorio olvidar en el contexto de consolidación de una nación?
Dar respuesta a estos interrogantes, supone revisitar los componentes estructurales que dieron origen a la nación en Colombia. En este sentido, eliminación, asimilación, borramiento, desvalorización y negación de los aportes de los denominados posteriormente grupos étnicos, estuvieron a la orden del día. Científicos, políticos, empresarios y demás grupos representativos de las elites del poder, se posicionaron como agentes, que, a la vez que consolidaban la idea de una nación homogénea y monolítica, gestaban el lugar hegemónico de la cultura. Terminaron siendo exitosos en su intento por “desaparecer” de los discursos oficiales de la nación, la existencia, la persistencia y la agentividad histórica de “los otros”, especialmente, de las personas negras esclavizadas y sus descendientes.
Frente a este proceso de borramiento histórico, se han alzado voces y se han emergido dinámicas organizativas, en distintos momentos y escenarios, encargándose de poner en la agenda pública de la nación las vicisitudes que debe afrontar la diáspora africana y los demás grupos étnicos en la búsqueda por dignificar su existencia. Esas voces y esas luchas se han levantado para hacer frente a los ejercicios del poder colonial, que se han mantenido inmunes con el paso del tiempo, sobreviviendo a las transformaciones del Estado, gestando las condiciones naturalizadas, que subalternizan el saber y el ser (Quijano, 2000, 201-242). Esas mismas voces, paridas desde todos los rincones de las geografías racializadas, puntuadas por las variables de género y generación, en la mediana duración, pueden ser leídas y constadas como expresiones organizativas, con proyecto político diferenciado y agenciado en contra-narrativa de la institucionalidad oficial desde la primera mitad del siglo XX, este proceso que muestra constante ebullición y atisbos de fortalecimiento en la actualidad.