Clasismo y Aporofobia. ¿Por qué se dice que Obrador no sabe hablar?
Por Fabián Villegas.
Para cualquiera que gravita alrededor de los anaqueles del mundo académico, no son desconocidas ni ajenas las prácticas de discrimen de raza y clase que se ejercen a través de la cultura del elitismo lingüístico, el mandato ortográfico y el imperativo del acento “neutral”.
Las relaciones entre “aprender a hablar bien” y “escribir bien” fueron imperativos coloniales en los violentos proyectos civilizatorios de ciudadanización, ya sea esto en el México de Oaxaca, la India de Varanasi o la Australia de la isla del estrecho de Torres. Es una obviedad decir que cuando mencionamos “imperativo colonial” no se reduce a los “meta relatos de las conquistas” sino a todo un conjunto de prácticas, estructuras, sistemas, discursos, instituciones racistas y pigmentocraticas sobre las que sean sostenido los Estados Nación desde antes de su fundación, durante su fundación, hasta el siglo XXI.
Lo que no resulta tan obvio para algunos guardianes minúsculos de la lingüística es que reducir nuestro papel en el lenguaje a vigilantes, wachimanes, guardaespaldas de la RAE, no solo es un comportamiento acrítico en términos epistémicos, sino que refuerza la posición colonial que hemos asumido históricamente frente al lenguaje y al conocimiento.
Petite Negre, Acento Cholo, español paisano, talking ghetto.
El “haiga” esta racializado, es una rúbrica del atraso, un olor apestoso que rompe los cercos sanitarios de la hispanofilia. A diferencia de lo que piensa Federico Navarrete con profunda ligereza e ingenuidad, los discursos y narrativas del discrimen no son solo discursos ni narrativas, son dispositivos que producen materialidad social, estratifican socialmente, naturalizan desigualdades, inferiorizan diferencias y definen condiciones sociales de existencia. En el México “postcolonial” entrecomilladamente, “Dijistes” lleva uniforme doméstico, uniforme de seguridad privada, duerme en el piso o en cuartos de servicio.
Tal como en el 2006, me produce mucha risa el argumento recurrente de ciertos sectores de la clase media politizada y despolitizada, que sostienen casi como una preocupación nacional que López Obrador no sabe hablar, o habla de tal o cual forma que muestra poca preparación. Está claro que para los valores culturales de la identidad blanca criolla el acento de Villa Hermosa no ennoblece el imaginario colonial de un hombre de estado, esta también muy claro que para la identidad blanca criolla un “Fuistes” o una pronunciación de inglés machacado es un disparador para su imaginario clasista y aporofobico.
Bien decía un comediante sudafricano que “un acento vale más que mil palabras, el verdadero significante está en el acento”. Sino recuerden aquel caso emblemático en términos de comunicación y análisis del discurso en el que participo el desafortunadísimo, patético e impresentable Gabriel Quadri en el debate del 2012. Ahí si con una ignorancia, desconocimiento, y estupidez abismal haciendo propuestas de campaña proto fascistas, que para un sector se vieron como frescas, renovadas, joviales y cool en la medida en que se pronunciaron con un acento que interpelo las fibras morales de una clase media aspiracional, y despolitizada.
López Obrador habla como tiene que hablar, fiscalicémosle los argumentos y la convicción eso es lo importante.