Josefina, antónimo de la colonialidad / Spoken Word más allá de la estética criolla .
Por: Betún Valerio
Foto: Proyecto Hablarte
“¿Quién mato el invento? Dicen que el tiempo, dicen que el tiempo…”
La producción narrativa/visual desde los márgenes estético-corporales es un ejercicio de desobediencia y afirmación por sí mismo. Históricamente la corporalidad prieta, no blanca, ha sido objeto de múltiples representaciones desde ideas concebidas bajo una óptica colonial, utilizando el semblante prieto como lugar de inferiorización, como simple objeto de conocimiento, permanentemente bajo un papel de subordinación, pero sobretodo, el semblante prieto pocas veces ha tenido la posibilidad de representarse a sí mismo como singularidad de toda una corporalidad colectiva común.
No es que la realización de productos audiovisuales sea nula, menos aun cuando se prioriza el retratar ciertos aspectos de la vida de mujeres, sobretodo si son mujeres pobres, prietas, mujeres indígenas o negras. El cumulo de opresiones pareciera en muchos casos solo una desgracia redituable para el lente visionario de algún/alguna cineasta venida del primer mundo o en todo caso un relato masticado de estudiantes de comunicación. La intersección de opresiones no solo queda fuera del análisis, sino que dicho lenguaje visual se reduce a una exotización perversa que el paternalismo colonial ha mercantilizado como un pasaporte de humanidad.
“Depositaria del primitivismo aquilatado por antropólogos coloniales y la academia chupasangre, Josefina era la animalidad salvaje a domesticar con tan solo 10 años.”
Josefina emerge de la ancestralidad como una contranarrativa, fruto de matrices amorosas y geografías en resistencia del Abya Yala; un bello antónimo de la racionalidad Criolla. Su sonrisa no es otra cosa que un ajuste de cuentas, o un cuento más allá de la blanquitud, es un sendero de vida frente a los discursos y prácticas de invisibilización, silenciamiento y exterminio hacia múltiples comunidades racializadas y empobrecidas, principalmente indígenas.
Su lenguaje es aquel que desde la corporalidad reivindica al Spoken Word como practica de insurgencia desde grupos marginalizados históricamente, lo mismo que un dispositivo de visibilidad, de revaloración de la memoria, de reconocimiento y afirmación. No es que el lenguaje, aparentemente político, sea la herramienta de desobediencia en sí misma, sino el cuerpo que proyecta esta palabra, nuestra corporalidad como política estética de empoderamiento.
Son las mismas representaciones más comunes de mujeres racializadas y empobrecidas las que han dejado al margen esa posibilidad de agencia y transformación colectiva en pos de un limbo incluyente, que amparado en la no denuncia y señalamiento de las estructuras e instancias que mantienen el recrudecimiento de violencias institucionales hacia decenas de comunidades, así como los procesos violentos de higienización y blanqueamiento de los sistemas escolares, los sistemas de salud y la pedagogía como disciplinamiento y filtro de desindianizacion.
Josefina tiene múltiples nombres, múltiples voces y rostros diversos. Lleva la rabia de quien se sabe la versión siglo XXI de sus ancestras, pero sin la temática folclórica de una agenda culturalista que les exhibe como vulgares protagonistas, con “envidiable” origen primitivo.
Josefina no es parte de agendas culturales ni se proyecta al interior de centros o espacios “de cultura” en la Ciudad de México, donde no solo es visible ese lenguaje practico, que lo mismo porta etiquetas de “culturas amigas” bajo la ideología occidental universalista que no se piensa como una particularidad impositiva, y por ende sus relatos globales donde “todos somos iguales”, etc. O crea coloquios, paneles y conferencias en universidades sobre problemáticas, cosmovisiones o formas de vivir de diversas comunidades racializadas, pero sin la mínima representatividad de las mismas, las cuales solo formarían parte de ese espectáculo siendo un objeto a estudiar o siendo llevados como un garante de “rigurosidad científica” de académicos inaugurando otra exhibición de vitrina tercermundista a la cual hay que asistir.
Existe la necesidad de contarse, de reconfigurar los lazos de la memoria con las abuelas y toda la ancestralidad en diferentes latitudes, la palabra es un acto de subversión a las políticas del olvido y borramiento. El Spoken Word nos cobija como herramienta de desaprendizaje y articulación colectiva, como recurso que va rompiendo formatos puristas y estéticas poéticas estériles y complacientes, es nuestro lenguaje de resistencia frente a las embestidas de las vanguardias criollas y sus poéticas melancólicas, sus bohemias intelectuales y sus espacios de socialización del blanqueamiento como certificado de existencia.
No es casualidad que la infinidad de representaciones que se producen culturalmente sobre Josefina y sus múltiples rostros esté ligada a sistemas de subordinación, marginalidad, ignorancia, pobreza, suciedad, etc. puesto que la racionalidad Criolla, como mentalidad colonial, en un espacio como México, aunque pudiera hacerse extensiva a todo el continente, ha sido el mecanismo ideológico de socialización de códigos y prácticas ligadas a la experiencia de la población blanca, misma que históricamente ha conservado el poder por sobre otros grupos, y dentro de esa relación asimétrica a diseñado imaginarios desde los cuales Josefina (corporalidad prieta) debe no solo pensarse, sino asumirse como tal.
¿Quién mato el invento?
¡Josefina fugándose de la blanquitud y sus cuentos!