NARRATIVA

ROMA: En blanco o en prieto, espejo del colonialismo interno mexicano.

ROMA: En blanco o en prieto, espejo del colonialismo interno mexicano.

Por Fabián Villegas

Dice la leyenda que las redes operan bajo una perversidad ideológica donde prima un imperativo moral para politizar e intelectualizar lo más irrelevante, y una moral selectiva para olvidar con indiferencia lo más relevante.


Anoche finalmente tuve la oportunidad de ver Roma de Alfonso Cuarón, no sin antes haber estado expuesto al tráfico de comentarios alrededor de la película. Roma en términos de manufactura estética es impecable, narrativamente abre muchas conversaciones en distintos relieves y en distintas densidades, sin embargo la conversación central parece haber quedado fuera de los ánimos del editorialismo presuntamente “crítico”, y del subordinadamente complaciente. De ese editorialismo que o se quedó obstinado en desacreditar la narrativa por ser el ejercicio testimonial de un mexicano ultra blanco con privilegios endémicos, o ese otro editorialismo que desde una perspectiva ultra blanca desracializo las opresiones y celebró la película como un documento de denuncia contra “la violencia de género”. Hasta el editorialismo que llegando tarde a las representaciones e imaginarios del multiculturalismo liberal confundió en la portada de VOGUE conquista política con representatividad, políticas de igualdad racial con disputa simbólica.


Roma abre intencional, indirectamente o por omisión una conversación sobre los vectores de opresión múltiple que constituyen el trabajo doméstico en un país que como el resto de Latinoamérica y Caribe se construyó agresivamente sobre estructuras y lógicas de colonialismo interno y racismo institucional.

En ese sentido las reflexiónes sobre Roma son insuficientes cuando se quedan estacionadas únicamente en la conversación sobre trabajo doméstico y derechos laborales. En la sociedad mexicana como en toda la región la división del trabajo es fruto de procesos históricos de estratificación racial, es en esa misma estratificación que el trabajo doméstico representa una expresión cabal de las profundas desigualdades raciales por antagonismo colonial sobre las que se construyeron estos estados nación..

Si en otros contextos la “ciudadanía” era una categoría de identidad jurídica, desde su fundación en México la ciudadanía ha tenido un correlato civilizatorio de blanqueamiento y desracialización “forzada”, al que solo se podía accesar de manera jerarquizada asimilandose en el paradigma de la “subjetividad mestiza”. La ciudadanía pasó a ser el espacio material donde reside la subjetividad mestiza, y la subjetividad mestiza el espacio ético y estético donde reside el imaginario nacional de la ciudadanía.

Del México del siglo XIX al México posrevolucionario y del México del 71 de Roma,  al México del 2018, no ha habido cambios estructurales en las condiciones sociales de existencia de las millones de Cleo. El marcador racial sigue siendo el marcador central sobre el cual Estado mexicano crea relaciones contractuales de ciudadanía. La dimensión socio jurídica del marcador racial sigue produciendo efecto y materialidad social, inferiorización sustantiva, precarización, desigualdad de renta, brecha salarial, cooptación de derechos políticos, criminalización y violencia sistémica. Todo ese proceso de desplazamiento y migración forzada del campo a la ciudad durante el periodo de industrialización refuncionalizó las lógicas y estructuras pigmentocráticas de posicionalidad colonial.


Sobre el cuerpo de  Cleo, Libo, Fermín y Paco se inscriben todas esas prácticas y narrativas ominosas de racialización que han relegado a la poblacion indigena históricamente a servidumbre de las haciendas neocoloniales en la “ciudad” y en los enclaves mestizos, que transitan del trabajo doméstico, a la albañilería, del trabajo de limpieza a vigilante de seguridad privada. De los narrativas racistas de la falta de higiene, a las narrativas racistas sobre la cursilería y el mal gusto, de las narrativas racistas de la ingenuidad e ignorancia, a las narrativas racistas sobre el salvajismo y la violencia, de las narrativas racistas del sujeto pre moderno en la comunicación “ciudadana”  a las narrativas racistas del cuerpo indígena como un cuerpo deshumanizadamente asexuado.

En Roma hay antagonismos históricos irreconciliables, en los que el ejercicio testimonial y la “humanización” de asimetrías y desigualdades problematizan mucho la narrativa final de la película. No quiero caer en obviedades, hay dos lados de la moneda, quien se cree que es justa/o y humana/o con su trabajadora doméstica por no uniformarla, por permitirle convivir con la familia, por llevarla a la plaza, llevarla en las vacaciones, y  apadrinarle un entierro en San Martín Texmelucan. Y quien del otro lado de la moneda conoce perfectamente en cuerpo propio el desprecio, los prejuicios, el asco, la inferioriozación que ha reproducido históricamente la cultura moral de la familia blanca mexicana (latinoamericana).

Esa fundación familiar de sesgo colonial que te compra cucharas aparte, te habilita un baño de servicio aparte, no te sienta a comer en la mesa, menos cuando hay invitados “blancoimportantes”, te asigna un dormitorio fuera de la casa, no te permite recostarte en sus camas, te paga una miseria, te despierta temprano para que limpies las escaleras, no te permite visitas de nadie, y te despide después de 7 años sin un mínimo de derechos laborales.

Lo central es que los dos lados de la moneda no son de orden moral, sino estructural, arraigados históricamente a profundos ciclos de desigualdad racial en una sociedad que encubre desigualdades, violencias, opresiones y asimetrías raciales  bajo el relato nacional de lo mestizo.

No hay forma de que pensemos nuestra “mexicanidad”, sino como una fantasía de igualdad creada por las élites blancas para encubrir las grandes desigualdades raciales por antagonismos coloniales históricos.

A este nuevo liberalismo que descubrió hace unos meses que existe el racismo en México, le hace falta reflexionar mucho sobre el colonialismo que nos habita en el país, solo desde ahí la conversación puede ser potable, productiva y transgresora.

No quiero comentar más sobre la película, les invito que la vean. Si me tengo que quedar con una imagen, me quedo con Cleo siempre limpiando el teléfono antes de pasárselo a la ”señora de la casa”, y el ciclo histórico de violencia obstétrica ejercido institucionalmente, como una política de estado sobre la mujer indígena.

Dice la leyenda que no es lo mismo representar que retratar, ni ninguna de las dos son lo mismo que narrar.

Ahora nos toca ver el ejercicio testimonial de Cleo.


Imagen extraída de la película ROMA. Fotógrafo Galo Olivares

Imagen extraída de la película ROMA. Fotógrafo Galo Olivares

Imagen extraída de la película ROMA. Fotógrafo Galo Olivares

Imagen extraída de la película ROMA. Fotógrafo Galo Olivares

Imagen extraída de la película ROMA. Fotógrafo Galo Olivares

Imagen extraída de la película ROMA. Fotógrafo Galo Olivares

Imagen extraída de la película ROMA. Fotógrafo Galo Olivares

Imagen extraída de la película ROMA. Fotógrafo Galo Olivares