Retrospectiva de Malcolm X
Por Tatiana Bonilla.
“Mi madre hacía un gran caldo de hierbas, y eso era lo que comíamos. Recuerdo que un vecino retrasado decía que comíamos “hierba frita”, y los niños se reían de nosotros. Otras veces, con un poco de suerte, podíamos comer cocido de avena o de maíz tres veces al día, o cocido por la mañana y pan de maíz por la noche”
Autobiografía de Malcolm X contada por Alex Haley
Malcolm X sigue siendo una figura representativa, sumamente trascendente. Algunxs diremos que se trató de un valiente dispuesto a demostrarnos que los derechos se obtienen por los medios que sean necesarios, aunque sea una característica impopular por lo mal recompensada, pues le sobrevive la imagen tergiversada que se le asigna a las personas racializadas con la voluntad para cuestionar la desigualdad social, los abusos de poder, las brechas económicas y en general, la estructura que crea otredades a diestra y siniestra para corporalizar la diferencia y mantenerla al margen. A Malcolm X se le condena el orgullo de nombrarse negro y su renuncia irrevocable al deseo de querer “ser para el blanco”. Se le tilda de alborotador y violento porque su actitud ante las condiciones objetivas e históricas que tuvo que vivir distaba de ser complaciente, aún cuando sólo tuvo a su favor una mente brillante, una particular elocuencia y la necesidad de asumir el cambio en un mundo que aún nos disputa nuestra parte. A menudo se pretende comparar su vida con la de otros líderes negrxs para enfatizar en su potencia combativa y equipararlo con la idea del “negro salvaje y pasional” que nutre toda clase de fantasías y posibilita la negación de su humanidad, pero no hay diferencia entre el racismo sistemico que se ensañó con Martín Luther King y el racismo sistémico que oprimio a Malcolm X desde niño.
Nació el 19 de mayo de 1925 en Omaha, Nebraska, Estados Unidos, cuarto de lxs siete hijxs de Earl Little y Louise Norton. Su padre, seguidor de las ideas de Marcus Garvey, fue asesinado por supremacistas blancxs y su madre sufrió constantes trastornos de índole psicológico acentuados por el acoso estatal ante las dificultades económicas para mantener a sus hijxs. Malcolm pasó por varios hogares de acogida y estudió en una escuela para blancxs en que destacaba por su inteligencia, pero en dónde se esforzaban por minar sus aspiraciones, por lo que, se dedicó a probar suerte en las calles. Fue limpiabotas, dio tumbos de trabajo en trabajo y de ciudad en ciudad, hasta llegar a Harlem (New York), dónde se vinculó con las dinámicas del hampa. Vendió y consumió drogas, fue proxeneta, ladrón y antes de cumplir 21 años ya estaba en prisión. Allí, tuvo contacto con la Nación del Islam, cuya filosofía hizo eco en él, por tratarse de una espiritualidad que le hablaba de justicia a un pueblo que no tiene amigxs.
En 1952 al salir de la cárcel bajo libertad condicional, tuvo la posibilidad de relacionarse directamente con Elijah Muhammad, líder de la Nación del Islam, con quién había sostenido intercambio epistolar y lo acogió de manera especial, aunque una década después tendrían grandes diferencias, motivadas por las reflexiones políticas de Malcolm sobre la emancipación real del hombre negro y la posición de la Nación del Islam frente a la avanzada racista. Malcolm adoptó la letra X como único apellido hasta que hizo la peregrinación a la Santa ciudad de la Meca, que consiste en visitar la Kaaba o mezquita primigenia del Islam, de donde retornó convertido en El-Hajj Malik El-Shabazz.
Su vida es digna de estudio porque tuvo que reinventarse tantas veces que en su experiencia están contenidas las múltiples realidades del ser negro, no como una condición natural y biológica, sino como una construcción sociojuridica surgida en contextos de dominación en los que el sujeto negro está en desventaja. En ese orden de ideas, la noción de Poder Negro propuesta por Malcolm X, es una apuesta que va más allá de las trampas del color, es decir, que no se trata de la disyuntiva entre negros y blancos, sino que hace énfasis en las divisiones del mundo que se recrean de manera particular para oprimidos y opresores, en que la puja no es sólo por el reconocimiento sino también por la redistribución.
En el marco de la crisis económica, social y política que se agudiza por una pandemia y en el que las principales víctimas son personas racializadas, es un imperativo categórico continuar con la labor de Malcolm X para la configuración de una filosofía política en la que se reconozcan nuestras identidades afrodiaspóricas y se organicen las expresiones de dignficación de nuestros pueblos, a través de la consolidación de estrategias políticas, económicas, culturales que realmente nos sirvan para librarnos de la pobreza, la marginalidad y la dependencia que nos condenan a ciudadanías de segunda y tercera clase.
Si bien, la narrativa hegemónica nos enseña con demasiada ligereza que Malcolm X fue víctima de su propia predica, hay que recordar que fue asesinado porque estaba logrando internacionalizar el conflicto racial y la desigualdad desde una posición política que venía desde el guetto, con la potencia para unificar a las organizaciones negras y hacer evidente la hipocresía de los gobiernos. Una vez más, es necesario articular la lucha de lo pueblos afrodiaspóricos y no sólo denunciar la opresión, la dignificación de lxs subalternizadxs del mundo no vendrá con la pasividad, éstos son tiempos para la Memoria y el Poder Negro.