Fusiles y frijoles: La muerte del genocida no repara la injusticia.
Por: Fabian Villegas
Bien dicen que en la lucha por nombrar y no olvidar esta la recuperación de la memoria histórica, y en la lucha por enjuiciar al sistema de justicia la recuperación de la dignidad histórica. La muerte de “El General” guatemalteco Efraín Ríos Montt esta semana produce sensaciones profundamente ambivalentes, que transitan sin freno de un acto celebratorio de júbilo a una profunda frustración, por saber que el monstruo se fue impune, siendo responsable de uno de los procesos históricos más dolorosos, violentos y ominosos en América Latina y en el mundo.
Si en América Latina existe un tabulador moral para medir los acontecimientos que han deshumanizado por siempre a la historia, que han vuelto irreconciliable vernos el rostro y no pensar que esa identificación universalista de “seres humanos” es una retórica, o una fantasía civilizatoria tramposa, ese tabulador se fijaría en Ríos Montt y la política de la tierra arrasada.
Cuando pensé en la frustración que me produjo la muerte de Rios Montt no pude evitar hacer una analogía con el momento sorpresivo en que se entregó en 1981 en la misma Guatemala el multihomicida húngaro Aro Tolbulkhin, y la frustración que género en miles de personas que lo buscaban y lo buscaban por sus propias manos para lincharlo, condenarlo y hacer de su cuerpo una victoria pírrica de justicia reparativa. Se decía que a Aro Tolbulkhin había que sacarlo de la cárcel, volverlo a poner en la calle, obligarlo a que intentara escapar, cazarlo, torturarlo y entonces si entregarlo a la justicia. La decisión moral de entregarse no reparaba el sentido de impunidad.
La diferencia sustancial es que el caso de Aro Tolbulkhin es un caso de salud mental, y la gestión presidencial de Ríos Montt del 82 al 83, la política genocida de la tierra arrasada, y el conflicto armado mantenido por más de 36 años en Guatemala, están muy lejos de ser un problema de salud mental, para enmarcarse formalmente en una forma estable de gobernabilidad de tradición colonial que articulo todos los recursos de racismo institucional, fascismo social, paramilitarismo, guerra y exterminio de la población indígena. A estas alturas me resulta insoportable detallar las persecuciones, tropelías, vejaciones, ejecuciones, torturas, crímenes de guerra y violaciones de derechos humanos contra la población Maya Ixil, y la población indígena de forma general en Guatemala.
Con la muerte del genocida se me vinieron a la cabeza las miles de personas que un domingo cualquiera caminaron en cualquiera de las veredas del triángulo Ixil cargando en la espalda el féretro de sus muertos, niñas, ancianas, jóvenes, señores y los otros tantos miles que con menos suerte caminaron de regreso con la frente en alto y los ojos puestos en las montañas buscando el cuerpo de sus desaparecidos.
Lo más perverso de la historia es que con el enjuiciamiento del genocida el problema no estaba resuelto, la deuda histórica, los vectores de opresión múltiple ejercidos sistemáticamente sobre la población indígena de Guatemala y las heridas coloniales están vigentes, siguen supurando. Se mantienen encubiertas en lógicas y narrativas que le brindan opacidad a la violencia de un Estado construido sobre estructuras de colonialismo interno.
Que no descanses nunca en paz genocida, que la sangre que derramaste te ahogue eternamente la conciencia.