COVID 19; Crisis civilizatoria o el fin de la normalidad.
Por Fabián Villegas
Hace aproximadamente 3 semanas cuando la pandemia estaba aún por explotar auguramos que este escenario sería comparable al 9/11, en términos del impacto multipolar en las lógicas de soberanía, restricción de la movilidad social, legislaciones anti migratorias, control poblacional, cercos comerciales y cordones sanitarios.
Lo que empezó siendo en las especulaciones de la ciencia política un “ajedrecismo geopolítico” de pequeño y mediano impacto, terminó configurandose como un dispositivo inter planetario de un nuevo orden biopolítico con consecuencias devastadoras pero aún imprevisibles. Si algo define el siglo XXI no solo es la complejidad de las crisis, sino la convergencia en una misma coyuntura de una pluralidad y multi heterogeneidad de crisis, se acabaron las crisis en singular.
Sin darnos cuenta fuimos tomados por asalto por una de las peores distopías, y como en toda distopía Sci-Fi hay puntos ciegos en el guión, un universo de vectores de opresión, desigualdad y violencias múltiples quedaron totalmente en opacidad, encubiertos bajo la histeria del contagio, la narrativa de la calamidad natural, y la misofobia moral de combatir por todos los medios, cartografías y fronteras incluso digitales, la entrada a casa del enemigo invisible.
En esta distopía aprendimos el guión de que no hay responsables, reforzamos el metarrelato de que los desastres naturales son desastres naturales y socializamos como principio histórico el caricaturesco cuento de un mercado de mariscos de Wuhan, y bajo la infodemia no encontramos mejor resguardo de sanidad que un individualismo deshumanizante, y un fascismo preventivo.
En nombre del estado de excepción, en nombre de protegernos individualmente de la pandemia, hemos hecho permisible todo, la suspensión de todas las libertades, violación de todas las garantías individuales, militarización, vigilancia, control y regulación de la movilidad social, precarización, despojo, vulneración de derechos humanos, desmantelamiento de derechos laborales y seguridad social. En nombre de un plan de contingencia salvífica hemos hecho de la salud un criterio de ciudadanía, para existir legal e ilegalmente frente al derecho como sanos y enfermos.
La crisis del COVID 19 transversaliza todo, la vida misma. Pone de relieve el fracaso del modelo neoliberal y colonial de los sistemas sanitarios, exhibe la mezquindad y la rapacidad lucrativa de la industria farmacéutica, la acumulación por despojo de los sistemas privados de retiro, la nulidad de derechos laborales y seguridad social, la precarización de la vida, la división y estratificación racial del trabajo, los intereses imperiales y las jaulas geopolíticas, las cartografías de explotación que trascienden la relación capital trabajo, la urgencia de soberanía alimentaria, la fragilidad de las economías de servicios, los criterios coloniales en los protocolos de investigación médica, las disputas imperiales en el desarrollo discrecional de armas biológicas, las doctrinas del Shock y la imaginación política para rentabilizar con las crisis, el control y la vigilancia del acceso a información, el bigdata y la epidermización del biopoder, la dinamización de las narrativas de racialización y las guerras financieras, la apertura de los regionalismos geoeconómicos, y el cuerpo como mapa de regulación de la vida misma.
El mito de la contemporaneidad está en creer que todos estamos habitados por la misma crisis, pero la pandemia no cede a los entramados coloniales. La división y estratificación racial del trabajo hace de la sobre exposición y vulnerabilidad al contagio de unxs, la sobrevivencia y la bunkerización cómoda de otrxs. Las muertes de Guayaquil no se editorializan de la misma forma que las muertes en Lombardía, no entran dentro de ese régimen de representación universal de la muerte, están contaminadas por marcadores de raza y clase, sus cuerpos abandonados en la calle se enmascaran como negligencias en los planes de contingencia, o accidentes en las gestiones estatales. La narrativa emocional de la tragedia para universalizarse necesita blanquearse, omitir en las imágenes de las grandes editoriales que el 80% de los enfermos en Chicago son afroamericanos, encubrir los millones de desplazados de Mumbai, minimizar que los damnificados de esta crisis civilizatoria post contagio serán en su mayoría cuerpos racializados estacionados en la ontología política del contagio y el salario.
Incluso en medio de las retóricas de falso humanitarismo occidentalcéntrico que construyen un sentido de unificación de la ‘raza humana’ en la lucha contra la pandemia, como si se tratara burdamente de una guerra con soldados y no ciudadanos, no reparan en hacer público el hábito histórico de utilizar países como Liberia o Eritrea como laboratorios privados para el ensayo de vacunas e investigación médica.
Para la hegemonía la concepción colonial de los cuerpos prescindibles y las geografías residuales ha sido un principio histórico, de la inducción de sífilis en Guatemala a los cordones de la meningitis en Nigeria a las aciagas pruebas de anti retrovirales en Gambia.
La pandemia adquirió el estatuto moral de pandemia en cuanto se eurocentro, en cuanto se universalizó la fragilidad de Europa por la propagación de un enemigo interno que no reconoce cordones sanitarios, ni cierre de fronteras. Bien dicen por ahí, que utilizar la categoría “crisis civilizatoria”, es llegar tarde a la conversación o narrar las crisis desde la experiencia Occidentalocéntrica y su construcción de ciudadanías metropolitanas, porque desde la experiencia de los grupos de Abyayala en que momento no hemos sido sobrevivientes de una crisis civilizatoria, desde la experiencia afrodiaspórica en que momento no se ha sido resultado de una crisis civilizatoria? Hemos interiorizado la crisis civilizatoria. Sobre la recuperación de la memoria histórica en nuestro pasado habita la crisis civilizatoria, sobre la inmediatez opresiva del presente habita la crisis civilizatoria, y sobre la incapacidad de imaginar una metáfora sobre nuestro propio futuro habita la crisis civilizatoria.
Estamos frente a un momento inédito. Tal como Abdias do Nascimento auguraba que el capitalismo del siglo XXI inauguraría una nueva proporcionalidad entre ilusión de derechos democráticos y nuevas formas de opresión que terminarían por redefinir el campo de lo político, la distopía del 2020 ha configurado un nuevo sentido, una nueva gramática, una nueva concepción de lo político.
A diferencia de lo que puede esgrimir toda una tradición super blanca post estructuralista de pensamiento crítico que ve en la coyuntura una posibilidad fascinante de instalar en el debate público metáforas y categorías analíticas estacionadas en la temporalidad colonial del siglo XIX, queda abierta la posibilidad de pensar el mundo que queremos construir.
Definitivamente en el paradigma del aislamiento totalitario o la solidaridad global hay un desequilibrio abismal. No estamos ni frente al fin del capitalismo, ni frente a la posibilidad cómoda de elegir. La solidaridad global tiene que presentarse como una alternativa de quiebre, contrahegemónica, de articulación comunitaria, creatividad e imaginación política frente a la regulación de lo social que se impondrá como resultado de la crisis multipolar.
Si la narrativa hegemónica ha sido explotar la tragedia y la crisis humanitaria para en muchos de los casos imponer regímenes de control, bio-lencia y vigilancia, debemos aprovechar en la inmediatez esa narrativa de la crisis humanitaria como un ejercicio reparativo y redistributivo, para pensar y articular formas de desobediencia civil en el marco de la cuarentena y el encierro.