COYUNTURA

La pandemia esta racializada. Desigualdad e inmunoprivilegio.

La pandemia está racializada. Desigualdad y inmunoprivilegio.

Por Fabián Villegas

Foto por Themba Hadebe

Foto por Themba Hadebe

Decía Ralph Ellison el escritor de “Invisible Man” que a principios del siglo XX las metáforas narrativas sobre la población negra y la gripe eran más comunes de lo que podíamos pensar. La tesis de que una gripe simple en los Estados Unidos se convertía en una neumonía para su población negra instaló en la discusión pública la sospecha de que quizá los desastres naturales no eran desastres naturales, ni que la medicina históricamente ha sido una ciencia noble naufragando en un vacío de poder. 

La salud es estructural, bajo esa premisa pocos aspectos más atravesados por los entramados coloniales como la gestión y legislación de la salud misma.

Alrededor de absolutamente todo gravita el racismo como principio de organización social en la legislación de la salud, de los dientes podridos por el azúcar, a la sífilis de posguerra, de la inmunodeficiencias por “estilo de vida’, a las fantasías idílicas que acompaña el cólera y la fiebre amarilla.

La relación histórica entre racialidad y pandemia ha sido endémica, tanto en lo discursivo como en lo estructural, todo discurso racista moderno ha estado atravesado por una concepción colonial sobre la salud, la higiene, la asepsia y la gestión sanitaria en el marco de toda pandemia. En lo estructural toda pandemia ha venido a agudizar las desigualdades estructurales por marcador racial de Guatemala a Louisiana, de Nigeria a Haití, de Vietnam a Kenia, de Brasil a Inglaterra. El virus como elemento de configuración biopolítica siempre ha diagramado sobre las cartografías racializadas sean éstas geográficas o corporales formas de contractualismo político, regímenes de ciudadanía, formas de excepcionalismo jurídico, capitalización, fronteras, y ontologías de inferioridad.

El coronavirus entró en el régimen de calamidad cuando se editorializo la fragilidad de la Europa blanca  frente a la pandemia, en las muertes de Lombardía encontró su principio de universalidad. La fragilidad de la humanidad se editorializa con los cuerpos de la ‘humanidad universal’, el marcador racial particulariza, no interpela ni confronta a la  humanidad ‘universal’, en la contemporaneidad del occidentalocentrismo esta su condición moral de universalidad.  Rápidamente a esa narración de la tragedia italiana, y a los discursos coloniales del especismo gastronómico chino se le empezaron a colar con la misma velocidad de la propagación viral, los féretros apilados en las calles de Guayaquil, la fosa comùn de Hart Island en el Bronx en la que han sido enterrados un número incontable de trabajadore/as migrantes, los alarmantes índices de letalidad en las favelas de Río de Janeiro, el famélico sistema sanitario de la India, los abusos policiales como retórica de sanitización en Uganda y Kenia, el incremento dramatico de contagio en la Nación Navajo en los E.U, el caso de Iztapalapa como epicentro del contagio en México.

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La relación entre COVID 19 y población racializada no es metafórica ni un capricho lírico, las desigualdades estructurales por marcador racial transversalizan la pandemia. Población racializada y nutrición, prevalencia de condiciones de salud (diabetes, hipertensión, problemas respiratorios, obesidad), población racializada y racismo medioambiental, población racializada y desigualdad de renta, hacinamiento en la vivienda. Población racializada y falta de acceso a seguro y atención médica. Población racializada y explotación de su fuerza de trabajo que maximiza la sobre exposición y vulnerabilidad al contagio por la continuidad de las jornadas laborales en el marco de la pandemia. Población racializada y estatus de irregularidad como sujeto/a migrante. Geopolítica, población racializada y protocolos de investigación médica. 

Pese a la resistencia de los organismos de salud pública estatales para transparentar indicadores que muestren las brechas de contagiados, vulnerabilidad y letalidad por marcador racial, las cifras son alarmantes. 

Tan solo en Estados Unidos hasta el 9 Mayo han fallecido 18 mil 106 afroamericano/as confirmados por COVID19, solo 4 países en el mundo superan esta cifra por número total de muertos. En NY epicentro de la pandemia cerca del 67% de lo/as contagiado/as son población racializada, en Chicago la sexta ciudad más poblada del país el 72% de las muertes confirmadas por COVID19 son de la población afroamericana, aun cuando la población afroamericana solo representa el 30% de la población en la demografía de la ciudad. Mismo caso en Inglaterra que siendo uno de los países con el mayor número de contagios y con uno de los niveles más altos de letalidad en la región, cerca del 30% de muertes confirmadas por COVID 19 son de población racializada, aun cuando esta población no representa ni el 17% en la demografía total.

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El caso de Brasil es sumamente alarmante, la semana pasada el índice de propagación del virus fue el más alto del mundo, focalizado en asentamientos urbanos marcados por profundos niveles de hacinamiento, falta de infraestructura, acceso a agua potable, como es el caso de las favelas de Río o la periferia de Sao Paulo. Donde la diferencia en los indicadores de letalidad del virus de un barrio privilegiado a un barrio precarizado y racializado son alarmantes, de un 7% en Leblon a un 36% en Brasilandia (Sao Paulo).

Mismo escenario en la delegación Iztapalapa en la Ciudad de México una demarcación de 116 km2 con cerca de 2 millones de habitantes, más de la mitad de la población de países como Uruguay, Panamá o Puerto Rico, con problemas serios de hacinamiento, infraestructura,  acceso a agua potable, corredores de economía informal y con los indicadores de bienestar y desarrollo más bajo de la Ciudad de México . De la favela de Rocinha a Iztapalapa, a los barrios industriales de Gujarat las razones por los alarmantes índices de propagación viral están menos en la epidemiología formal que en los legados históricos de desigualdad estructural.

Foto por Danish Sidiqqui

Foto por Danish Sidiqqui

Alrededor de la pandemia hay un universo de vectores de opresión, desigualdad y violencia múltiple que forman parte de viejos correlatos coloniales, de legados históricos de despojo, racismo sistémico y desigualdad racial histórica que terminan por incidir directa o indirectamente en la pandemia. ¿Quien es la población con los indicadores más altos de diabetes e hipertensión, obesidad sino es la población racializada? ¿Quien es la población más expuesta a mayor contaminación de aire y falta de acceso a agua potable sino es la población racializada indistintamente? ¿Quien es la población sin acceso a seguros de salud o con las coberturas de salud más miserables sino es la población migrante y población racializada indistintamente? Quien es la población más afectada por las estructuras de despojo, hacinamiento y desigualdad en la vivienda sino es la población racializada? ¿Quien es la población que aun en el marco de la emergencia sanitaria, maximizando su vulnerabilidad al contagio necesita con N mayúscula vender su fuerza de trabajo ininterrumpidamente para garantizar su sobrevivencia en el dia a dia sino es la población racializada a escala multipolar? Quien es la población más vulnerable frente al acoso, violencia policial, suspensión de garantías individuales, violación de derechos humanos, restricción de la movilidad que ha normalizado el estado de excepción y la emergencia sanitaria sino es la población racializada, y población migrante racializada indistintamente?

Foto por Michelle Spatari.

Foto por Michelle Spatari.

La agudización de la crisis multisectorial y la profundización de las desigualdades estructurales por marcador racial en el marco de la pandemia trascienden las salas de emergencia y la disponibilidad de camas del sistema sanitario como único espacio de combate. La pandemia ha inaugurado nuevas formas de división y estratificación racial del trabajo, ha impuesto modelos fascistas de restricción de la movilidad social, ha inaugurado nuevas administraciones coloniales del espacio y el territorio bajo nuevos esquemas de soberanía y legislaciones anti migratorias. Ha desamparado a millones de seres humanos que formaban parte de la “economía informal’, ha reforzado ese principio colonial de la “ciudadanía, como instrumento contractual de gobernabilidad y protección social, ciudadanía racializada inclusión jerarquizada, inferiorizada, sin ciudadanía, nuda vida, menos que nada.

Aquella distopía de Silicon Valley globalizó su peor fantasía, aquella sostenida sobre el idilio entre las tesis neo malthusianas y las nuevas lógicas de excepcionalismo jurídico, en los que los millones de empobrecido/as forman parte de una dimensión de subhumanidad, prescindible, desechable, residual, útiles como escudo humano para inmunizar el cuerpo social, para garantizar el inmunoprivilegio y la sanidad de la “humanidad”.

Incluso en medio de la emergencia sanitaria valdría la pena nombrar que esa narrativa  macroeconómica de los trabajos esenciales, encubre no solo un entramado racializado de tercerización e inferiorización laboral con la que no solo sería imposible reactivar la economía, sino incluso lograr el aplanamiento de las curvas garantizando el confinamiento y la bunkerización de los demás. Bajo esa lógica el aplanamiento de la curva en lo práctico ha parecido menos un criterio epidemiológico o inmunitario de gestión sanitaria que una política malthusiana neoliberal de gestión de bienestar. 

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No sabemos con certeza a qué escenario  nos vamos a enfrentar, pero de lo que podemos estar seguros, es que esta falsa ilusión de contemporaneidad que acredita esta narrativa de la crisis global que se presenta como natural, ahistórica, incluso accidental irá definiendo sus posiciones, recrudeciendo su violencia, ensanchando asimetrías, escalonando opresiones, inaugurando enfermos, sobrevivientes, damnificados, apátridas, deliverys, trabajadore/as inmateriales, manufactureros y maquiladoras  de la nueva “normalidad”.

Frente a esa ‘normalidad’ nos toca en un ejercicio de imaginación política y socialización de capacidades inventivas fortalecer redes de apoyo, cuido, sostenibilidad comunitaria y barrial, abandonar la performatividad del abyayalismo metropolitano y tomarnos con verdadera seriedad las saberes racializados que nos permitan la posibilidad de construir y recuperar colectivamente paradigmas alternativos de desarrollo, sostenibilidad y bienestar. Abandonar los viejos legados de un sindicalismo colonial, patriarcal y desracializado para pensar las bases de un nuevo sindicalismo que radicalice la disputa política sobre el terreno de los derechos laborales y la seguridad social. Descolonizar políticamente la figura de la ciudadanía como sujeto de representación política y sociojurídica. Articular los viejos legados de lucha y resistencia comunitaria, barrial con las nuevas disputas políticas que está diagramando la crisis civilizatoria de la contemporaneidad. 

Bien se dice que en la experiencia del sur global el cuerpo es jurisdicción de la memoria, bajo esa premisa no tenemos otra alternativa que asumir la responsabilidad de luchar contra el ‘virus sistémico como un asunto comunitario.

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