Nosotras, nosotros, todas las grietas a los muros del sistema el día que retembló la tierra.
Por Bren Nava.
La tierra retembló en el corazón de la rebeldía.
El calendario marcaba el 7 de septiembre cuando un terremoto azotó a la geografía rebelde, al sur de México, dejando comunidades afectadas como Unión Hidalgo, en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca y Tonalá, Chiapas, sólo por mencionar algunas; en aquellos territorios hubieron las mayores pérdidas, tanto materiales como humanas, pero la vida de ellas y de ellos no importan, al menos no para los medios de comunicación hegemónicos al servicio del capital. Es claro que en medio de los desastres naturales hay vidas que importan más que otras, hay que decirlo, sigue siendo un asunto de raza y clase, pues qué más da haber perdido la vida de poco más de 60 mujeres, hombres, niñas y niños indígenas, prietas y prietos; sin embargo, acá abajo sus vidas importan y son tan importantes como lo es la reconstrucción material de todos los pueblos afectados, mismos que resisten frente a la ejecución de megaproyectos trasnacionales.
Apenas caminábamos por la reconstrucción de las comunidades afectadas cuando la tierra se volvió a mover; el sismo del 19 de septiembre dejó enormes grietas; dicen las y los zapatistas que la grietas al muro hacen que la geografía se expanda. Hasta ese momento no sabíamos que colectivamente haríamos una enorme grieta a su sistema capitalista, lo único perceptible era que la vida de muchas personas debajo de los escombros dependía de la organización comunitaria y del esfuerzo colectivo, pero de entre el polvo asfixiante llegó la militarización a las zonas afectadas. Sabemos que la presencia de ejército mexicano, marina nacional y policía federal no es una buena señal, pues la lucha de las y los de abajo es por la vida, y sí acaso llegara la muerte se busca que la dignidad se haga presente, mientras que la pugna de los cuerpos de seguridad del Estado mexicano son el control de la población. La respuesta, fue, una vez más, siguiendo los manuales de contrainsurgencia dictados por los Estados Unidos de Norte América, es decir, la militarización y el control de la población frente a una posible organización de los pueblos; cuando inició este proceso fue que comprendí que las grietas no sólo estaban en las viviendas dañadas, nosotros éramos ya una grieta enorme al sistema, el mismo que tiene daño estructural y que necesitamos demoler.
Sí a la vida, no a las inmobiliarias
La mayoría de los edificios colapsados por el sismo en la ciudad de México pertenecen a inmobiliarias de particulares y son parte de toda una red de corrupción entre empresarios y las autoridades de la ciudad, pues entre ellos tienen convenios que evaden las consultas públicas, ellos sólo necesitan la aprobación de instituciones como la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda para poder construir, pasando por encima de las normativas que regulan los planes de desarrollo urbano en las diferentes zonas de la capital.
Causalmente, la mayor parte de los inmuebles afectados están enclavados en sitios en proceso de gentrificación, es decir, en un proceso de aburguesamiento en el que los barrios populares pasan por una transformación, más bien es una limpieza estética, racial y de clase sobre ciertas zonas, incluyendo el espacio “público”, la segregación; en otras palabras, es el desplazamiento hacia las orillas para generar nuevos centros económicos, lo que hace que la periferia se expanda, pues la renta y el costo de los servicios se encarecen, esto implica un despojo del territorio para ponerlo a disposición de la voracidad empresarial, es necesario decir que dichas inmobiliarias expropian terrenos a costa de lo que sea, incluso la vida, sólo basta mirar a la periferia sur de la ciudad de México para apreciar cómo en Santo Domingo (Pedregales) se oponen a los proyectos inmobiliarios como el de “Quiero Casa”, pues el agua con la que se abastece la colonia está en riesgo, y si el agua está en riesgo por la construcciones, entonces la vida está en peligro, así como toda una historia de lucha y resistencia.
El sismo de magnitud 7.1 sólo nos vino a recordar que los responsables de la calidad de los materiales con los que son construidos los edificios departamentales, las modificaciones de los planes de urbanidad y los permisos que le son otorgados a la incitativa privada para las obras, tienen nombre y están bajo la complicidad de las autoridades, así como de los mismos responsables de Protección Civil, responsables de que los edificios no estuvieran en condiciones ni bajo los reglamentos necesarios para proteger la vida de quienes los habitaban. Los conocemos, sabemos quiénes son; el movimiento de las placas tectónicas puede ser una reacción “natural” pero la pérdida de la vida por la irresponsabilidad y la corrupción de las inmobiliarias no es natura, tiene un origen político, necropolítico.
Lo que vemos es que el sismo del 19 de septiembre será un buen pretexto para acelerar los procesos de gentrificación, para entregarle nuevos terrenos a la mafia de las inmobiliarias, para que sea reconstruidas lo antes posible y así poder retornar a la “normalidad” lo antes posible, mientras tanto, es probable que muchas personas queden sin hogar, sin la posibilidad de reconstruir de inmediato o a mediano plazo su patrimonio, y tampoco será la clase media quien se quede en las calles, serán, como siempre, las y los de abajo quienes ocupen ese lugar.
Por otro lado, a lo largo de la ciudad de México hay fábricas clandestinas, aquéllas que no cuentan con las medidas de seguridad necesarias para las personas que trabajan ahí y que en muchas ocasiones permanecen durante largas jornadas laborales de más de 10 horas; lo que sucedió en la colonia Obrera, en la fábrica de costura, es una muestra más de la negligencia, pero sobre todo es un ejemplo de cómo el ejército sólo cumplía órdenes, es decir, iban a recoger los escombros, el ejército está acostumbrado a depositar cuerpos en fosas y con el plan MX no fue la excepción, pasaron por encima de la organización de muchas mujeres que intentaban rescatar la vida de sus compañeras. Sin medios de comunicación que hicieran presión para evitarlo, metieron maquinaria y levantaron los cuerpos de las compañeras de entre los escombros; hoy el tema a discutir no es la explotación de mujeres migrantes en fábricas clandestinas, al menos no allá arriba, sino la “regulación de la migración en México”, pues las víctimas eran en su mayoría migrantes.
La solidaridad selectivamente blanqueada.
El apoyo y la solidaridad de miles de personas se hizo presente pasadas las primeras horas de la emergencia, la ayuda se mantuvo en todo momento, desde distintos lugares y en diversas formas, pero lo cierto es que, al igual que los medios de comunicación hegemónicos al servicio del capital, la clase política y la clase media concentraron su atención, apoyo y solidaridad a sólo algunos, causalmente esos algunos son de nueva cuenta corporalidades que sí importan, las vidas que no interesan no tuvieron esa misma visibilidad, como de por sí no la tienen, es una pena que en medio de la tragedia quisieran desplazar hacia los albergues a nuestras/os hermanas otomís que viven en la ciudad de México y quienes sufrieron daños materiales en sus predios, obligándolos a abandonar su campamento, porque lo conveniente es que abandonen el predio para ponerlo a disposición del gobierno de la ciudad; y ante la resistencia de nuestros hermanos, la respuesta de la solidaridad civil clasemediera fueron insultos racistas y clasistas propios de aquella élite selectivamente “solidaria”. Al sur, en la periferia que no fue visibilizada en ningún sentido, 24 horas después del sismo llegó la ayuda a Xochimilco, uno de los sitios con mayores pérdidas. En el suroriente, en Tláhuac, no había agua, hasta el día de hoy siguen en escases, a pesar de toda la ayuda, fueron los menos quienes no centralizaron la ayuda y llegaron hasta la periferia para intentar ayudar.
Tras el sismo y de cara al año electoral, la rapiña de todos los partidos políticos hizo presencia, pero no sólo fue la clase política, además participaron todas aquellas instituciones que se encuentran alrededor de las instituciones estatales y de aquellas instancias humanitarias que cooptan la ayuda, desvían las toneladas de víveres con destino a Oaxaca, Chiapas, Puebla y mal utilizan los fondos económicos depositados por la sociedad civil a las cuentas de empresarios e instituciones gubernamentales, sólo siguen engrosando la política clientelar propia del país; la clase política tampoco dudó en utilizar la tragedia dentro de sus discursos “solidarios”, cuando es evidente que lo que menos les interesa es regresar el dinero de los pueblos para la reconstrucción.
A unos días de la tragedia, el plan del gobierno mexicano será “reactivar” la economía de lugares como Oaxaca, Morelos, Puebla, Edo. De México y Chiapas a través del turismo, cuando ya sabemos que el turismo no es más que otra forma de colonialismo, despojo y extracción. Es peligroso seguir pensando que el turismo es la panacea de las economías vulnerables.
Jun jk’ ujoltik ‘ojjb’ejyukotik(Caminaremos con un sólo corazón)
Ante el panorama descrito no nos quedaba más que ayudarnos entre nosotros, sin depender de la información oficial, sin dejar que las instituciones se hicieran cargo o se tragaran la solidaridad de muchas personas, sin permitir el uso de maquinaria en los edificios colapsados; éramos nosotros haciendo de varios espacios el espacio de los brigadistas; eran ellas, las mujeres organizadas desde 1985, buscando el rescate con vida de sus compañeras; eran los medios libres autónomos los que se encargaron de generar redes de comunicación entre las distintas brigadas y centros de acopio; fueron las cooperativas alimentarias autogestionadas quienes prepararon alimentos para todas y todos los brigadistas; fueron las personas las que hicieron llegar el alimento hasta las comunidades más afectadas. Fue el nosotros quien dejó de centralizar la ayuda y salió a instalar albergues en donde no había nada.
No faltó la ayuda siempre solidaria de las y los compañeros zapatistas del sureste mexicano, así como del Consejo Indígena de Gobierno, nosotros sabemos que esos recursos económicos no vienen de arriba, de la partidocracia, sabemos que viene de la manera más digna y rebelde. No nos quedaba de otra más que la organización colectiva, y fue hasta entonces que comprendí que era cierto, eso que escuchamos con tanta angustia era, es y sigue siendo su mundo derrumbándose, es el nuestro resurgiendo de entre los escombros, pero necesitamos seguir caminando como hasta ahora, en colectivo, sin egoísmos, entendiendo que nuestros muertos aún viven, que su maquinaria sigue produciendo vida. La esperanza viene cuando el dolor se convierte en rabia, hoy necesitamos sacar de entre los escombros nuestros lazos comunitarios, para cuando la tierra vuelva a retemblar en sus centros, pero ahora sólo para cimbrar al mal gobierno.