Ficciones anticoloniales; Ancestralidad, futurismo precolonial e imaginación política.
Fabian Villegas
Hace algunos años en una conversación informal dentro de un seminario un grupo de compañerxs nos preguntamos sobre la relación entre ficción y “circunstancia histórica” desde la experiencia de los SURES, incluso en un ejercicio absurdamente ambicioso tuvimos la intención de mapear genealogías de ciencia ficción en relación a coyunturas históricas, es decir ¿qué coyunturas históricas han sido espacios de incubación para la ficción?, ¿que coyunturas históricas han instrumentalizado la ficción para enmascarar o generar procesos de opacidad en las condiciones sociales de existencia?, o lo que nos parecía más estimulante, ¿que coyunturas históricas le han otorgado a la ficción un espacio de posibilidad, un espacio irrestricto para la imaginación política?.
En ese sentido el 2020 nos tomó por asalto, y no por aquel asalto del que Wilson Harris nos prevenía con anticipación a través de su escritura cuántica; ¿Conoces la bala cuántica?, “la bala cuántica cuando se dispara no deja un agujero sino dos”. La pandemia no abrió ni dos ni cuatro ni ocho agujeros, abrió la puerta a una infinidad de posibilidades, que generaron múltiples especulaciones, ensoñaciones, tesis, antítesis, teorías, gimnasias mentales, diagnósticos, incluso le permitió a muchos intelectuales públicos desempolvar de los escombros, caprichos intelectuales eurocentrados que si hace 20 años habían sido irrelevantes, frente al metarrelato del mercado de comida de Wuhan estaban siendo caricaturescos.
Aquella consigna de “El origen es una ficción”, se resignificó, adquirió una dimensión epistémica, al empalmarse con la problematización de la narrativa de la “crisis civilizatoria” que tanto reproducían ciertas tradiciones de pensamiento crítico en el marco de la pandemia. Bien dicen por ahí, que utilizar la categoría “crisis civilizatoria”, es llegar tarde a la conversación, o narrar las crisis exclusivamente desde la experiencia Occidentalocéntrada y su construcción de ciudadanías metropolitanas, porque desde la experiencia de los grupos de Abya Yala en que momento no se ha sido sobrevivientes, damnificadxs de una crisis civilizatoria, desde la experiencia afrodiaspórica en que momento no se ha sido objeto de una crisis civilizatoria. Sobre la recuperación de la memoria histórica en nuestro pasado habita la crisis civilizatoria, sobre la inmediatez opresiva del presente habita la crisis civilizatoria, y sobre la incapacidad de imaginar una metáfora sobre el futuro habita la crisis civilizatoria. Sin cálculos exactos llevamos al menos 500 años asfixiadxs en la crisis civilizatoria.
La problematización de la narrativa de la crisis civilizatoria abrió un espacio para pensar intertemporalidades, intersaberes, intermovimientos, sistemas de ancestralidad, codificación de legados de resistencia, contemporaneidades asimétricas, metáforas, formas de vida y habitar la tierra que no necesariamente responden a la lógica de la temporalidad colonial, a los tiempos de la “modernidad”. (Fuimos inscritxs arbitrariamente en una temporalidad que no es la nuestra)
Menciona el curador singapurense Lee Weng Choy que quizá el origen de la cultura empezó en el momento que empezamos a generar metáforas sobre la naturaleza. Bajo esa premisa desde la experiencia del Sur Global valdría no sólo pensar sobre la genealogía de nuestras ficciones, sino incluso pensar la relación íntima entre ficción y ancestralidad, y donde identificamos la relación entre ficción y horizonte utópico, ficción y espacio de posibilidad, ficción y cartografías emancipatorias, ficción y ecosistema anticolonial. Pensando estas articulaciones no como ornamentos y alegorías, sino como dispositivos de producción de conocimiento, en las que la ficción pueda brindar insumos pedagógicos para radicalizar la imaginación política y la teoría social. De Kojo Laing a Kodwo Eshun, de Ailton Krenak a Sylvia Wynter, de Sarah Maldoror a Daniel Munduruku la ficción aparece como un dispositivo de soberanía cultural, como un espacio de posibilidad para la construcción de metáforas del futuro, como una cartografía cognitiva libre para las futuridades anticoloniales, para las afrotopías, para los futurismos amazónicos, para las transancestralidades, para la disputa civilizatoria.
Frente a los regímenes de silencio que dictó el archivo colonial, frente a los regímenes narrativos y de sentido de la historiografía colonial, ¿como rehistorizamos nuestros ejercicios de memoria histórica, nuestros sistemas de ancestralidad, nuestros legados de resistencia sino es a través también del derecho a la ficción?
Muchos de nuestros sistemas de espiritualidad, formas de organización comunitaria, codificación de ecosistemas culturales, actos de fe, conquistas históricas, formas de relacionarnos con la tierra, de ocupar el territorio, construcciones de subjetividad están construidas en base a ficciones, o las ficcionalizamos como un mecanismo de sobrevivencia, de permanencia, de memoria histórica.
Si en Ayti (Tierra de las montañas) reside la genealogía de luchas anticoloniales y antirracistas de la modernidad en todo el Sur Global, en aquella noche de 1791 en el Bosque Caimán en el norte de Haití, en la que Boukman Dutti y Cecile Fatiman en un discurso ceremonial bajo el fuego y una tormenta tropical instigaron a la quema multitudinaria de plantaciones reside una ficción anticolonial. ¿Qué significa desde la contemporaneidad pensar el cimarronaje desde la ficción? Desde la ficcionalización de los horizontes utópicos y emancipatorios que se inscriben en las montañas o en los mangles, en alusión histórica a los primeros territorios, cartografías y rutas que permanecieron libres, independientes, soberanas, fuera del ecosistema y régimen colonial. O desde la ficcionalización de ecosistemas anticoloniales y formas de habitar y hacer sostenible la tierra y el territorio antagónicas a las necropolíticas de la modernidad.
¿Qué significa desde la contemporaneidad imaginar una cartografía emancipatoria, anticolonial, antirracista del territorio y el espacio desde la ficción? Frente a la criminalización de la población migrante, racializada, frente a los sistemas fascistas de criminalización de la movilidad, frente a la criminalización del espacio público por marcador racial, frente a los modelos genocidas de gestión fronteriza.
No son accidentales las interrelaciones entre defensa del territorio, ecología política y ficción, entre ficción, urbanismo crítico y justicia espacial, entre ficción y abolicionismo carcelario, entre ficción, trasancestralidades y disidencia sexo-generica, entre ficción y economía solidaria, formas de cooperativismo y comunalidad, entre ficción, derechos laborales y seguridad social, entre ficción, trauma intergeneracional y trauma poscolonial, ficción, migración y movilidad, ficción y pluralismo jurídico, ficción, colonialismo y lengua, ficción, extractivismo y “recurso natural”, ficción, vigilancia y economía política del estado moderno policial, ficción y soberanía alimentaria, ficción, patrimonio y memoria histórica etc.
Tal como lo advertían las primeras novelas de la literatura africana contemporánea de Ngugi Wa Thing’o a Amos Tutuola o el pensamiento amazónico, hay que entender la ficción como una justicia de saberes, como un sistema de interdependencias donde priman las intertemporalidades, hay que entender la ficción desde una dimensión epistémica, metodológica, inventiva, política y trasnslocalizada. Y sobre todo reparativa, restaurativa con la memoria. No porque fetichicemos la memoria, o porque “vivamos de espaldas al mar”, como decía Brent Edwards en su tesis “Epistrophies” sobre jazz y diáspora. Sino porque la posibilidad de construir una metáfora sobre nuestro futuro está sostenida sobre un ejercicio de recuperación de la memoria histórica, sobre un pasado antiesencialista que con toda certeza desconocemos, imaginamos, ficcionalizamos.
No es la ficción por la ficción en sí misma, ni la pulsión libidinal que se tiene en la contemporaneidad por las distopías. Sería ingenuo pensar que por sí misma la ficción va a brindar herramientas, recursos, insumos de imaginación política. Necesitamos desmantelar el falso universalismo abstracto de la ficción, y dar espacio a otras genealogías inventivas, a otros territorios cognitivos, formas de contravisualidad, a otros espacios de producción de conocimiento, a otras metáforas, a inter temporalidades y formas de epistemología transitiva.
La tradición occidentalcéntrica de conocimiento ha colonizado el papel de la metáfora, ha aniquilado su capacidad como dispositivo imaginativo de posibilidades, debido a una dimensión analógica, cerrada, de simple traducción colonial. Como sugieren las novelas del congolés Sonny Labou, las luchas por la soberanía cultural son también, en el campo del saber y la futuridad, las luchas por metáforas abiertas, intraducibles, fugitivas, resistentes a los regímenes coloniales. Algo que la ficción configuró como metáforas del futuro o futurismos precoloniales, y que ha sido desde ahí en donde el pensamiento crítico ha encontrado en la ficción recursos y posibilidades infinitas para la teoría social.
Como pueblos originarios, como sujetos racializados, como comunidades diaspóricas, estamos habitados por sistemas de codificación cultural, memorias históricas, saberes, elementos de imaginación política, narrativas, heridas coloniales, oralidades, estéticas, intertemporalidades, gestualidades, que no sólo son intraducibles, sino que por razones históricas han sido intraducibles frente a los procedimientos de traducción colonial, ahí residen nuestras ficciones anticoloniales.
De las ficcionalizción en los procesos de lucha por la soberanía hídrica en Marrakech, a la ficcionalización de la resistencia mapuche frente a los entramados extractivos en una Araucania que se autorregula en ósmosis con la comunidad, de la ficcionalización de la incertidumbre y las temporalidades desechables de los migrantes del sudeste asiatico en Inglaterra, a la ficcionalización de la soberanía alimentaria de la comunidad Guajajara en el contexto amazonico, de las ficciones Xhosas contra la segregación racial y el abuso policial en Pretoria, a las futuridades contra la kafala en el golfo persico, de las afrotopias Igbos centradas en procesos autonomicos y en la soberania linguistica, a las ficciones transancestrales mixes de Oaxaca, a vampiros gentrificadores y especuladores de la vivienda en un Barrio Obrero (Puerto Rico) del 2035.
El desafío está en identificar de qué manera la ficción nos permite imaginar y construir colectivamente otras cartografías imaginarias, cartografías de las ausencias, de ecosistemas que han sido borrados, invisibilizados, silenciados en los regímenes de narración de la modernidad. Ficciones que funcionen como dispositivos de activación de memoria histórica, de rehistorización y brinden la posibilidad de reconocer otros ecosistemas culturales, otras globalidades, imaginar arquitecturas alternativas, alter modernidades, nociones disidentes de ciudadanía, formas distintas de habitar el territorio, así como formas de participar activamente en la disputa civilizatoria.
Tal como la construcción ideológica del paisaje a través del urbanismo africano poscolonial, la ficción tiene una dimensión bisagra, abre y cierra, cierra y abre órdenes simbólicos y espacios de posibilidad que no sólo interrelacionan ancestralidad con futuridad, sino a su vez interrelaciona un lugar de enunciación que no es singular, sino colectivo, intergeneracional, contextual, con una imaginación íntima, confidencial.
…” En el corazón de la punta, un barrio pesquero que da al río higuamo en el centro de San Pedro de Macorís, Joseph dominicano de familia proveniente de Santa Lucía, se despidió de Mariel antes de irse en una yolita hacia Puerto Rico por el Canal de la Mona, había trabajado toda su vida en el Ingenio Porvenir arrastrando caña picada, hasta que el patrón de desarrollo precarizó aún más la vida económica de San Pedro, la actividad de los ingenios y con eso la vida de los jornaleros. Un 21 de Agosto salió con destino a Mayagüez con nada más en las manos que una mochila en la que cargaba con un número de teléfono para llamar a un conocido que vivía en Santurce, y unos zapatos que Mariel le había comprado en la Avenida Mella en Santo Domingo.
Alrededor de 4 años después regresó, esa noche en el malecón estaba tocando Joseito Mateo quien ya había pasado por las filas de la Sonora Matancera, que había llegado también de una larga estadía en Panamá y Puerto Rico tocando con el Gran Combo. Entre la multitud sólo reconoció a Angito que estaba sirviendo tragos en una caseta del malecón, le pidió un vaso con ron y hielos, le pagó con unos de los pocos dólares que trajo de Puerto Rico, después de 2 tragos lo llamó para preguntarle;
-Mira angito, tú sabes algo de Mariel, fui a buscarla a casa de su abuela y me dijeron que ya se mudaron que ya no viven ahí, pensé que la podía ver por aquí.
- No Junior aquí no se aparece, véte a ver si las olas del mar te la regresan, - ¿Cómo así, loco?
- Que te digo loco, lo único que te puedo decir es que hoy no es tu día, hoy no la vas a ver, aquí no se te va aparecer.
Texto publicado originalmente en Revista Distopica (Colombia)