Cada brizna es una brizna de más: Sobre la carga psicológica de ser racializado mientras se hace arte [1]
Bonaventure Soh Bejeng Ndikung
LA BRIZNA
¿Puedes tirar esto? ¡Tal vez deberías contratar más personal negro!
¿De dónde eres de verdad? No estarás ocupado, ¿verdad? ¡Hoy te ves muy étnico!
¿Dónde está la sección afroamericana? ¿Puedes bajar la música?
Rápidorápidorápido, ¡déjame ver esos ojos, hermosa! Si fueras mía
nunca te dejaría salir de casa. Pareciera que fui a África a conseguirte,
¿es ese tu pelo? Quiero decir, tu pelo real, “culo negro”.
Tus encías son negras, ¡eres negro! ¡Apestas! ¡Necesitas una permanente!
No quise ser
racista.
Pero
Tú estás lleno de cicatrices, yo soy el que sangra
Vas a destrozar todo lo que diga
Has dicho lo siento sólo dos veces
Nos pusimos de acuerdo tácitamente
Entonces mátame
LA ESPALDA DEL CAMELLO
Cuando has nacido en el río de otro, en un barco maldito, todo es
cuesta abajo desde ahí. ¡Ja! Solo bromeaba. Te diría para qué no tengo tiempo
pero no tengo tiempo. Ponte al día. Pregunta eso. Jefe. Halo.
Yo desafío al Apocalipsis. Extiendo mis plumas. Adorno mi cuello. ¡Boom!
como un 808. Uno en un millón. No quiero exfoliantes. No sabes mi nombre
Todo lo que digo es un hechizo. Tengo veinticinco. Tengo noventa. Tengo diez.
Soy un carbón sin luna. Un amante agrio. Dientes ocultos bajo el terciopelo.
Estoy aquí y tus ojos son afortunados. Estoy aquí y tu futuro afortunado. ¡Ja! Dios me dijo que te dijera que soy bonita. ¡Ja! Mi piel a la manera de Midas toca los edificios por los que paso. ¡Ja! Cada día que estoy viva el pronóstico meteorológico dice: Oro. Lo sé. Lo sé. Debería dejarles en paz, a la tierra salada le gusta permanecer salada. Pero aquí va el espejo, incitando mi espíritu. Por qué no puedo volver. O. Las razones por las que sucedió. Nombre como un carro de fuego. Bebé, es real. La cara blanca asomando por la cortina. Mula y Dios. Estoy cansada de mi propio hedor. Soy Mala. Cavo tumbas cuando río.
—Angel Nafis, Gravity basado en The Kitchen Table Series de Carrie Mae Weems
Uno no puede decir con certeza cuál es la brizna que rompe la espalda del camello y que conduce a la depresión y/o al suicidio. En demasiados casos, especialmente cuando se trata de racismo anti-negro y anti-POC [2], antisemitismo, xenofobia y otras formas de odio, la primera brizna suele estar directamente relacionada con la última. La primera brizna es una semilla que se planta y que inicia un violento proceso de destrucción. Una vez plantada esta semilla, resulta extremadamente difícil arrancarla de raíz. Esa primera brizna golpea demasiado a menudo como un martillo, y la magnitud de ese golpe se extiende hasta el momento en que se rompe la espalda del camello. Es un espectro de caídas interconectadas, como de dominó, una violenta fuerza de gravedad más fuerte que la atracción gravitatoria que le lleva a uno hacia una madriguera de conejo, una pendiente demasiado resbaladiza que no diferencia la primera de la última brizna.
Estar en el mundo siendo negro / Ser negro en el mundo [3]
Vivir como persona negra, POC o persona racializada en una sociedad mayoritariamente blanca supone enfrentarse casi a diario a diversas formas de racismo o discriminación relacionadas con la alteridad que se proyecta sobre uno. Como señala indirectamente la poeta Angel Nafis, estos racismos tienen diferentes formas y tamaños, diferentes ritmos y tonos. Puede que no sean intencionados, pero tienen el mismo impacto. Aparecen en la forma condescendiente en que la gente te habla, en la forma en que se cuestionan tus decisiones en el trabajo, sólo porque eres negro, en la forma en que se cuestiona tu nacionalidad y, por tanto, tu pertenencia cuando te atreves a afirmar que eres de un país occidental. Vienen cuando te imponen constantemente estereotipos culturales; como negro, debes ser bueno bailando o jugando al baloncesto. Aparecen cuando la gente hace comentarios sobre tu ropa o tu pelo, cuando incluso te tocan el pelo. Llegan cuando se hacen “bromas” sobre las palmas de tus manos o las plantas de tus pies. El racismo es omnipresente en las sociedades mayoritariamente blancas, no solo como vulgar condición cotidiana, sino también como fenómeno institucionalizado, en nuestras infraestructuras políticas, órganos administrativos, instituciones de orden público, escuelas y universidades, archivos y museos.
Esa primera brizna, como la última, es especialmente demoledora por lo irracional y absurdo del racismo. En realidad no se trata de ti, ni de lo que puedes o no puedes hacer, ni de los conocimientos que tienes o no tienes. No se trata de tu procedencia ni de tu aspecto físico, a pesar de que te hagan creer que se trata de eso. Se trata más bien de la condición psicológica de la persona y de la sociedad que ejerce el racismo sobre ti. Se trata de que esa persona y su sociedad proyectan y exteriorizan su propia psicosis en ti. Lamentablemente, esta externalización tiene éxito con demasiada frecuencia, y el racismo se convierte en el problema de la víctima del racismo en lugar del autor del racismo.
En su texto fundamental de 1963, The Fire Next Time, James Baldwin lo desglosa de la siguiente manera:
Naciste donde naciste y te enfrentaste al futuro que te enfrentaste porque eras negro y por ninguna otra razón. Se esperaba, por tanto, que los límites de tu ambición estuvieran fijados para siempre. Naciste en una sociedad que te decía con brutal claridad, y de todas las maneras posibles, que eras un ser humano despreciable. No se esperaba que aspiraras a la excelencia: se esperaba que hicieras las paces con la mediocridad.
Es esta violenta proyección psicológica que pretende deshumanizar a los demás imponiéndoles constantemente una sensación de inutilidad, un sentimiento de mediocridad, estupidez y fealdad que acaba por quebrar, de múltiples maneras, a los individuos racializados y los empuja al abismo, a esa mazmorra de la depresión y, finalmente, al suicidio.
Imagina ser uno de los delanteros de fútbol con más talento de tu época. Imagina jugar en uno de los mejores equipos de fútbol del mundo y marcar goles con regularidad. Imagina jugar en una de las selecciones nacionales de fútbol más laureadas de todos los tiempos. Imagina que eres Vinícius Júnior, una estrella del fútbol brasileño de veintidós años, y que vas al campo de fútbol en España mientras tu club, el Real Madrid, juega contra el Valencia. Los aficionados del Valencia te insultan y te lanzan todo tipo de improperios racistas, incluidos cánticos como “mono”. Imagínate que eres Vinícius Júnior y ves cómo cuelgan una efigie tuya de un puente de Madrid. Si se tratara de un caso aislado, se podría esconder debajo de la alfombra, como intentó hacer el presidente de la Federación Española de Fútbol, que incluso culpó a la víctima del racismo. Pero este abuso racista lo sufren innumerables futbolistas y otros deportistas racializados cada día, cada semana, cada mes en sociedades mayoritariamente blancas de todo el mundo.
Cuando George Floyd fue brutalmente asesinado por la policía estadounidense hace unos años, personas de todo el mundo salieron a las calles para protestar contra el racismo. Existía la sensación de que algo estaba a punto de cambiar. Que se avecinaba un despertar. Pero no sólo las cosas volvieron a la normalidad poco después, sino que se hizo evidente otra tendencia: era fácil señalar a Estados Unidos como el epítome del racismo contra los negros, mientras que en muchos países europeos las personas racializadas se enfrentaban a agresiones similares por parte de la policía y otras instituciones de la ley y el orden.
Imagina ser amigo o familiar de Mamadou B., africano de treinta y ocho años que fue detenido el día de año nuevo de 2023 en Braunschweig (Alemania) y murió bajo custodia policial. Como informaron Braunschweiger Zeitung y taz [4], Mamadou B. asistió a una fiesta en el pub Charlie Chaplin de Braunschweig, donde llamaron a la policía por una agresión con spray de pimienta. Al parecer, cuando llegó la policía, Mamadou B. fue identificado como el agresor y detenido violentamente, a lo que intentó resistirse. En la comisaría, un médico debía analizar su sangre en busca de drogas o alcohol, pero lo encontró inconsciente en su celda. A pesar de los esfuerzos por reanimarlo, murió el 3 de enero en una clínica de Braunschweig. Aunque solo podemos especular sobre por qué Mamadou B. quedó inconsciente y qué le llevó a la muerte, ahora está claro -después de que el fiscal analizara el vídeo del incidente en el pub- que Mamadou B. no fue el autor de la agresión con gas pimienta, sino la víctima. Los autores fueron tres hombres blancos de unos veinte años que agredieron a varias personas en el pub, incluido Mamadou B. ¿Cuáles serían las probabilidades de que Mamadou B. fuera detenido y encarcelado por error, lo que provocó su muerte prematura, si fuera un hombre blanco?
Hay una larga lista de tragedias de este tipo. No parece que vayan a parar pronto. En el ensayo crítico de 2016, “Walking While Black”, Garnette Cadogan describe sus experiencias como hombre negro en una América predominantemente blanca:
Una noche, en el East Village, iba corriendo a cenar cuando un hombre blanco que tenía delante se giró y me dio un puñetazo en el pecho con tal fuerza que creí que las costillas se me habían trenzado alrededor de la columna. Supuse que estaba borracho o que me había confundido con un viejo enemigo, pero pronto descubrí que simplemente había supuesto que yo era un delincuente por mi raza. Cuando descubrió que yo no era lo que imaginaba, pasó a decirme que su agresión había sido culpa mía por correr detrás de él. Pasé por alto este incidente como una aberración, pero la desconfianza mutua entre la policía y yo era imposible de ignorar. Era elemental. [5]
La experiencia de Cadogan de ser sospechoso antes del crimen es algo a lo que casi todas las personas negras en una sociedad mayoritariamente blanca se han enfrentado: ser “confundido” con un criminal, ser considerado un mentiroso o ser puesto en una caja a la que no perteneces sólo por el color de tu piel. Una realidad que se ha cobrado la vida de muchas personas, entre ellas Mamadou B.
Estos prejuicios no solo se encuentran en los bares o en la calle. También se encuentran en la política dominante, como demostró un discurso pronunciado por la atleta olímpica y policía federal alemana Claudia Pechstein en la convención de la Unión Cristianodemócrata de 2023. Vestida con uniforme de policía, afirmó que las personas mayores y las mujeres deberían poder utilizar el transporte público “sin miradas de ansiedad” por parte de los inmigrantes. En este caso, equipara la presencia de inmigrantes -probablemente se refiere a inmigrantes no blancos- con el peligro y el miedo. Como señaló un artículo de prensa, “el discurso de Pechstein es ante todo, racista”. [6]
Estar en el mundo del arte siendo negro / Ser negro en el mundo del arte
El llamado mundo del arte no es un vacío ni una isla. Está conectado con el mundo y refleja exactamente lo que ocurre en el mundo. Pero como espacio en el que la gente espera un discurso progresista, una política de vanguardia e instituciones liberales, a algunos les sorprende que se señale el racismo en este contexto. Por esta razón, rara vez se tematiza el racismo en el mundo del arte.
En los últimos años, el polvo del racismo en el mundo del arte ha sido agitado por algunos, mientras que otros lo han barrido bajo la alfombra. Porque el racismo nunca es un tema salonfähige (socialmente aceptable) en las sociedades mayoritariamente blancas, porque es un tema que provoca vergüenza tanto en la víctima como en el autor (que en muchos casos no puede aceptar que ha hecho algo racista), porque el racismo es cualquier cosa menos progresista, con demasiada frecuencia se deja de lado en el mundo del arte, aunque esté omnipresente en diversas formas.
Ya en la escuela de arte, los estudiantes negros e indígenas se enfrentan al racismo cuando los profesores hacen comentarios despectivos sobre su aspecto, pelo o color de piel, o cuando cuestionan si el tipo de arte que interesa a estos estudiantes es realmente arte. Los estudiantes negros se enfrentan a pinturas rosadas que se etiquetan como “color de piel”, mientras que los tonos negros y marrones no se etiquetan como tales. Cuando sales de la escuela de arte y entras en el mundo artístico “real”, o cuando no tienes el privilegio de asistir a una escuela de arte occidental, la cuestión de si tus obras son realmente arte se convierte en un eco. Cuando Okwui Enwezor comisarió la documenta 11 en 2002, la pregunta más habitual de los críticos de arte alemanes de la corriente dominante era si todos esos artistas brillantes que había reunido de todo el mundo hacían realmente arte. Veinte años más tarde, en 2022, se celebra la documenta 15. Los críticos -los mismos que habrían celebrado como revolucionario el urinario prefabricado de Marcel Duchamp de 1914- no se habían vuelto más ingeniosos en el envoltorio de su retórica racista; seguían planteando la poco imaginativa pregunta de si las obras de estos artistas predominantemente no occidentales eran arte, artesanía o decoración. Resulta alarmantemente obvio que el número de artistas negros en las colecciones de los museos es dramáticamente inferior al de artistas blancos, mientras que en demasiadas colecciones de arte se encuentran representaciones de estereotipos racistas, a los que se enfrentan las personas racializadas cuando visitan estas instituciones.
En los últimos años, se han denunciado casos de racismo contra los negros en proyecciones de festivales de cine de Europa y América, sin que se haya contextualizado ni pedido disculpas. Mientras tanto, en algunos museos occidentales, colegas y visitantes han confundido a los curadores POC con personal de cocina, seguridad o limpieza debido al color de su piel.
La cuestión del racismo contra las personas negras siempre salía a relucir cuando se hablaba con el joven artista y educador zimbabuense-alemán Heiko Thandeka Ncube. Como estudiante de la Universität der Künste de Berlín, Ncube se enfrentó al racismo a diario. Después continuó hablando, escribiendo y organizándose contra las estructuras racistas antes, durante y después de que estallara el movimiento Black Lives Matter tras el asesinato de George Floyd.
En la década de 1980, la artista, poeta y educadora ghanesa-alemana May Ayim experimentó un racismo similar mientras estudiaba en la Universidad de Regensburg. Cuando presentó su Diplomatarbeit (tesis de diplomatura), titulada Afro-Deutsche: Ihre Kultur- und Sozialgeschichte auf dem Hintergrund gesellschaftlicher Veränderungen (Los afroalemanes: Su cultura e historia social en un contexto de cambio social), se rechazó con la afirmación: “No hay racismo en la Alemania actual”. Fue un rechazo de la experiencia vivida por Ayim por parte de una persona no racializada. Pero ella siguió organizándose -cofundó la Initiative Schwarze Menschen in Deutschland (Iniciativa de los Negros en Alemania)- y continuó expresando sus experiencias y su lucha contra el racismo en sus poemas. Estos se convirtieron en un testimonio de la realidad del racismo y el sexismo en un momento concreto de la historia alemana y europea.
El 9 de agosto de 1996, May Ayim se quitó la vida en Berlín. Tenía treinta y seis años.
La campaña de limpieza, la víctima como solución
Hablando de George Floyd, puede que te estés preguntando: ¿por qué todo esto ahora? Puede que piense que muchas cosas han cambiado desde que el Sr. Floyd fue sacrificado en el altar de la integración.
De hecho, desde mayo de 2020, las instituciones culturales se han apresurado a hacer enmiendas para hacerse más “diversas”, más mundanas, más “integradas” y más representativas de la demografía de sus ciudades y países.
Como gesto de solidaridad, muchas instituciones culturales europeas y estadounidenses invocaron en sus sitios web y en sus redes sociales libros y ensayos sobre racismo y antirracismo. También emitieron declaraciones en solidaridad con las personas racializadas. Estas loables acciones se limitaron en muchos casos al ámbito de la retórica. Algunas instituciones hicieron un esfuerzo adicional para contratar a una o dos personas negras como conservadores, pero sobre todo para llevar a cabo actividades de outreach (difusión, alcance, inclusión), en la jerga profesional. Por decirlo en términos educados, se supone que la persona encargada de hacer outreach traduce, transmite y vende los programas de la institución a las llamadas “comunidades diversas”, aunque estos programas rara vez se formulan pensando en estas comunidades. Históricamente, este puesto lo han ocupado mediadores blancos de clase media que tienen amigos o familiares en esas comunidades. Pero desde el asesinato de George Floyd, cada vez más jóvenes profesionales del arte negros han sido invitados a desempeñar esta función de outreach.
Aunque algunos de estos programas han conseguido abrir las instituciones artísticas a nuevos públicos, en muchos casos son una trampa para los jóvenes negros invitados a encabezarlos. En los últimos años, una serie de tendencias y trayectorias se han manifestado en lo que podríamos llamar el “complejo del outreach“:
– Muchos outreachers se han quejado de que se les pide que promuevan programas en los que no creen, programas muy alejados de sus realidades vividas, programas que son delirantes, elitistas y, en algunos casos, supremacistas blancos.
– A los outreachers se les ha puesto en la tesitura de corregir o rehabilitar la violenta historia racista de las instituciones. Como “representantes” de estas instituciones, se enfrentan a tener que pedir perdón por ellas, a veces por cosas que las instituciones hicieron a sus propios antepasados. Tomemos, por ejemplo, el caso de un joven “promotor” namibio que trabajaba para un museo etnográfico que no solo expropió violentamente objetos culturales de Namibia durante la época colonial alemana, sino que también exportó restos humanos tras el genocidio de los Herero y los Nama. Estos restos aún se encuentran en algunos museos e institutos de investigación alemanes. Este museólogo namibio tiene ahora que limpiar el desastre de cientos de años de violencia cometida contra su propio pueblo, convenciéndolo de que acepte los programas del museo.
– Una cosa es que te pidan que seas la cara de una institución y otra que lo hagas sin poder ni mandato para cambiar nada. En muchos casos, los outreachers se convierten en mensajeros entre las instituciones y las comunidades. Pero mientras que los mensajes van de la institución a la comunidad, los mensajes de la comunidad a la institución suelen caer en saco roto. Los “promotores” se encuentran mal utilizados, impotentes y explotados, ya que la comunicación unidireccional de la institución mantiene la disparidad de poder entre la institución y la comunidad. A continuación, se pide a la persona “marginada” que se ponga delante cuando se hace una fotografía del personal del museo, para dar la impresión de diversidad.
– En muchos casos, el outreacher está solo en el desierto de la institución blanca. Sin el apoyo y la financiación adecuados, no pueden hacer realidad la “diversidad” o “integración” a la que la institución dice aspirar. Los eslóganes sobre la inclusión siguen siendo frases vacías que hacen que la gente de las comunidades dude aún más de las instituciones.
Estas son las tantas gotas que derraman el vaso de agua. Estas experiencias y muchas otras similares debilitan la fuerza centrípeta que mantiene a las personas racializadas en la órbita de la sociedad. La destrucción de esta fuerza las arroja fuera de órbita. Para invocar a W. B. Yeats por medio de Chinua Achebe: las cosas se desmoronan; el centro no puede sostenerse. Como resultado, hemos sido testigos de cómo más trabajadores del arte racializados en instituciones predominantemente blancas dudan de sus capacidades, desarrollan complejos de inferioridad y pierden la autoestima. Se desgastan, caen en la depresión, se queman o algo peor.
La carga psicológica de la lucha
Cuando los negros y otras minorías sufren racismo y lo denuncian, no solo sus colegas y empleadores suelen negarse a tomarlos en serio; los psiquiatras y otros profesionales de la salud mental suelen hacer lo mismo. En las sociedades predominantemente blancas, estos profesionales son en su mayoría blancos. Hay innumerables ejemplos de personas racializadas en el mundo del arte que han sufrido trastornos mentales y han acudido a un consejero o terapeuta, sólo para que les digan que duerman, respiren y descansen. Se resta importancia a sus quejas. Se ignoran y menosprecian sus experiencias racistas. Después de experimentar el racismo estructural en el contexto del arte, también experimentan el racismo estructural en el contexto de la atención psiquiátrica.
En un artículo de 2021 titulado Telling the Story of Racism’s Role in Depression (Contar la historia del papel del racismo en la depresión), Robin Warshaw escribe: “El racismo, la injusticia racial y las prácticas de tratamiento racistas están entretejidos en la historia de la psiquiatría hasta nuestros días. Por eso el racismo sigue afectando profundamente a la salud mental de las personas negras, indígenas y de color (BIPOC)” [7]. Este hecho ha llevado a la Asociación Estadounidense de Psiquiatría a pedir disculpas por su papel en el racismo estructural y a emitir una declaración sobre su compromiso de ser más sensible ante la injusticia racial en psiquiatría, de hacer más para promover una atención de salud mental antirracista y de adoptar medidas de igualdad racial en clínicas y comunidades.
En una conferencia de 2020 titulada “El racismo es una crisis de salud pública: Ahora que lo vemos, ¿qué hacemos?” Camara Phyllis Jones habló de cómo el racismo institucionalizado/estructural, el racismo interpersonal y el racismo interiorizado se convierten en patológicos y se manifiestan como síntomas de depresión. [8]
La lucha contra el racismo es agotadora. Es extenuante. La recompensa llega cuando las cosas cambian, pero el racismo estructural/institucional tarda mucho tiempo en desmantelarse. La lucha antirracista aísla y aleja. En una sociedad predominantemente blanca, en una sociedad capitalista en la que no es fácil encontrar aliados, en la que uno puede sentirse incomprendido incluso por los suyos, la lucha antirracista exige que uno se construya una coraza dura. Con el tiempo, las pilas se agotan. ¿Cómo podemos crear una red de seguridad para estas personas en nuestras sociedades, en nuestros lugares de trabajo, en nuestras familias?
¿Cómo pueden las instituciones que todos afirmamos querer “cambiar”, ya sea desde dentro o desde fuera, luchar realmente contra el racismo? Al mismo tiempo, ¿cómo pueden estas instituciones proporcionar apoyo psicológico a las personas mental y físicamente dañadas por el racismo, a las personas destrozadas por la lucha contra el racismo?
¿Cómo podemos ocuparnos no solo de nuestras propias prácticas limitadas como conservadores, artistas, trabajadores culturales y activistas, sino también de atender a quienes soportan la carga del racismo y libran la lucha antirracista? ¿Pueden los museos prestar primeros auxilios psicológicos? ¿Pueden establecer sistemas de responsabilidad y atención? ¿Sistemas de empatía personal-institucional que reconozcan cuándo alguien está luchando en silencio, o cuándo está cerca del límite? La cantante de afrobeat camerunesa Libianca plantea preguntas similares en su aclamada canción People, que trata sobre la depresión:
He estado bebiendo más alcohol durante los últimos cinco días.
¿Preguntaste cómo estaba?
¿Me buscaste?
Entré en la habitación, los ojos están rojos y no fumo mota
¿Me buscaste? (¿Me buscaste?)
Ahora, ¿te fijaste en mí?
Nadie sabe de mi paranoia, oh
Porque pongo una sonrisa en mi cara
Una fachada que nunca puedes enfrentar (hoo)
Y si no me conoces bien, bueno, oh
No verás lo enterrada que estoy dentro de mi tumba
Dentro de mi tumba [9]
Ya te oigo preguntarte: “¿Por qué este tipo escribe sobre racismo cuando es el director de una de las mayores instituciones culturales de Europa?”.
En el momento en que hablas de racismo, te recuerdan tus privilegios. Como si tus privilegios eliminaran automáticamente el racismo en la sociedad. Se nos recuerda que debemos estar agradecidos por nuestra mera existencia y que, por tanto, no debemos quejarnos. Si uno se queja, la gente no tarda en responder: “Si eres infeliz, ¿por qué no vuelves al lugar de donde vienes?”.
Pero no se trata de mí.
Se trata de todas las personas que tienen que lidiar a diario con el racismo en un mundo del arte que escribe “IGUALDAD” y “DIVERSIDAD” en mayúsculas. Se trata de todos aquellos que se encuentran en un callejón oscuro sin salida. Se trata de todos aquellos cuyas baterías están agotadas, tanto por el racismo como por la lucha antirracista. Se trata de la primera brizna que dirige a la última brizna.
Cada vez que me reunía con el joven artista y educador zimbabuense-alemán Heiko Thandeka Ncube en los últimos ocho años, me hablaba del racismo y de su lucha antirracista en la escuela de arte y en el mundo del arte. A menudo expresaba su cansancio. Demasiado a menudo parecía agotado, a pesar de sus ojos brillantes. Su sonrisa era amable y tímida.
Uno no puede decir con certeza cuál es la última brizna que rompe una espalda, una psique, una vida.
La semana pasada, Heiko Thandeka Ncube se quitó la vida. Tenía treinta y dos años.
Su sociedad le falló.
Nosotros le hemos fallado.
Que encuentre la calma.
La calma,
La cara fría del río
Me pidió un beso.
-Langston Hughes, “Nota suicida”
[1] Hemos decidido traducir literalmente la expresión original en inglés en el título al castellano –a pesar de no existe como tal– para no perder los juego de palabras del original. La expresión completa es The last straw that broke the camel’s back –la última brizna que rompió la espalda del camello– y su significado es semejante a la gota que colma el vaso. (N. del T.) Hemos decidido traducir literalmente la expresión original en inglés en el título al castellano –a pesar de no existe como tal– para no perder los juego de palabras del original. La expresión completa es The last straw that broke the camel’s back –la última brizna que rompió la espalda del camello– y su significado es semejante a la gota que colma el vaso. (N. del T.)
[2] Personas de color en el acrónimo inglés. Mantenemos POC durante todo el texto, porque es un acrónimo conocido (N del T).
[3] Tras la publicación de 1973 del psicólogo sudafricano N. Chabani Manganyi “Being Black in the World”y el ensayo de 2016 de Garnette Cadogan “Walking While Black”.
[4] Ver https://taz.de/Tod-im-Polizeigewahrsam/!5933222/ (en alemán).
[5] Garnette Cadogan, “Walking While Black,” Literary Hub, July 8, 2016 https://lithub.com/walking-while-black/
[6] Ver https://www.nd-aktuell.de/artikel/1174093.kommentar-claudia-pechstein-und-die-cdu-von-merz-grundsaetzlich-rechts.html (en alemán)
[7] Robin Warshaw, “Telling the Story of Racism’s Role in Depression,” Columbia University Department of Psychology, 21-07-2021 https://www.columbiapsychiatry.org/news/telling-story-racisms-role-depression
[8] Camara Phyllis Jones, “Racism Is a Public Health Crisis: Now That We See, What Do We Do?” 2020 Bray Health Leadership Lecture, https://health.oregonstate.edu/eid/camara-phyllis-jones
[9] https://www.youtube.com/watch?v=rJWdfDPZ9Ck&list=PLn892Ti3bnwfSoh4Fn854AWBNX08IFVj2
Publicado originalmente en e-flux el 29 de junio de 2023, Every Straw Is a Straw Too Much: On the Psychological Burden of Being Racialized While Doing Art
Traducido al español por Lorenzo Sandoval para Terremoto Magazine.